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sábado, 31 de enero de 2015

La libertad de expresión tiene límites


Por SERGIO SALINAS (abril 2020)

Es muy lamentable el atentado perpetrado contra el semanario Charlie Hebdo en París el pasado 7 de enero de 2015, donde murieron cerca de 12 personas. Pero una vez que nos hemos alejado por unos instantes de aquellos acontecimientos es nuestro deber reflexionar al respecto, de la forma más equilibrada posible, sin caer en las excitaciones y efervescencia política que comúnmente sigue a este tipo de eventos.

Lo primero que debemos resaltar es que las libertades deben ejercerse siempre respetando a los demás, lo cual parece habérsele olvidado a los franceses, especialmente a los de la revista Charlie Hebdo. Al respecto no es sino mirar que en la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de 1789 se afirma enfáticamente que uno de sus “derechos naturales e imprescriptibles” es el de la libertad, entendida esta como “poder hacer todo aquello que no perjudique a otro”. También está la libertad de comunicar los pensamientos y las opiniones, resaltando que “es uno de los derechos más preciosos del hombre”, el cual no es absoluto, pues se debe “responder del abuso de esta libertad”. Con esto se evidencia que los derechos, aún el más precioso de ellos, tienen límites.

De igual manera, en la Declaración universal de derechos humanos, por cierto adoptada en 1948 en París, se indica en su artículo 1º que “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”, y el artículo 18 de la misma, refiere que “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión”.

Debe destacarse que el lema de la república francesa es el enarbolado desde los tiempos de la Revolución, esto es el de libertad, igualdad y fraternidad.

De lo dicho queda claro entonces que existe el derecho a la libertad de expresión y de comunicación, pero también existe el derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión, y tal como lo afirmamos unas líneas atrás, no hay derecho absoluto, significando esto que ninguno prevalece sobre otro o excluye al otro.

No obstante, la revista parisina Charlie Hebdo pasó por alto todo lo anterior, actuando como si Francia todavía fuera un Imperio Colonial, condición en la cual aquel país menospreciaba a los seres sometidos bajo su dominio, y en vez de considerarlos como libres e iguales a sus propios ciudadanos, los pensaba casi como objetos, siendo incapaz de reconocer el carácter intersubjetivo de los habitantes de sus colonias, así todas estas no fueran tratadas en igual forma.

Todavía esa prepotencia y arrogancia del periodo imperial se puede observar claramente cuando el presidente francés, François Hollande, manifestó después de los crímenes de Charlie Hebdo, que “Hay tensiones en el exterior, donde las poblaciones no comprenden lo que es el compromiso con la libertad de expresión”.

Con la anterior actitud petulante del señor Hollande, haciendo referencia a las multitudinarias manifestaciones de musulmanes en varios países por la publicación, después de los atentados de que fuera víctima la revista Charlie Hebdo, de caricaturas consideradas ofensivas, es una muestra clara que el colonialismo continúa. Los “otros” no comprenden lo que los franceses sí comprenden. No importa que sean miles de personas las que exijan respeto por sus creencias religiosas, creencias que fueran ridiculizadas una y otra vez en Charlie Hebdo. No bastaron los muertos que hubo en medio de manifestaciones realizadas en el año 2012 protestando por unas publicaciones similares. Es que los musulmanes no comprenden el derecho de los franceses a reírse y mofarse de sus creencias religiosas, por cuanto la Diosa Razón puede socavar y penetrar en todos los intersticios de los pensamientos más íntimos de todas las personas, sin consideración a criterios morales y del más mínimo respeto hacia las creencias de los otros. Paradójicamente, en algunos lugares de Francia está prohibido el uso de símbolos que identifiquen a alguien con alguna religión, con lo cual se pone de presente que los franceses son libres, pero por ejemplo las mujeres residentes en Francia con creencias religiosas diferentes a las de los galos, no tienen la libertad de llevar velo islámico en sus escuelas.

Después de los atentados del 7 de enero de 2015, lo primero que probablemente se hará será buscar culpables al otro lado. Es lo más sencillo, porque es muy probable que nunca los encuentren y entonces el temor siempre va a estar ahí. La justificación siempre existirá. Es lo que pasa con el terrorismo.

Si volcáramos nuestra atención con más perspicacia hacia lo que pasó en el semanario Charlie Hebdo, lo primero que encontramos es que los organismos de inteligencia fueron incapaces de reaccionar a tiempo, a pesar de que los hermanos Chérif y Said Kouachi, señalados de ser los responsables de los atentados contra la revista satírica, habían sido objeto de seguimiento por hacer parte de grupos islámicos radicales e, incluso, tenían antecedentes penales.

Es significativo que los citados hermanos nacieran en Francia, es decir eran ciudadanos franceses, y que sus padres provinieran de Argelia, una de sus ex colonias. Igualmente es importante manifestar que los Kouachi crecieron en un orfanato y tuvieron contacto con la prisión, en la que al parecer Chérif Kouachi conoció a Amédy Coulibaly, mismo que habría perpetrado otro atentado en París casi simultáneamente al de Charlie Ebdo, y se radicalizaron.

En estas circunstancias se hace visible el fracaso de las instituciones francesas de “formar” y “corregir” ciudadanos, ya sea el orfanato, la prisión o la escuela, lo cual ya había sido expuesto hace tiempo por Michel Foucault.

Además, no es coincidencia que las personas provenientes de las ex colonias francesas y sus descendientes sean sujetos que no lograron integrarse debidamente a la sociedad francesa, quienes deben soportan al fin de cuentas las consecuencias socioeconómicas del desempleo, resultando que los suburbios están atestados, en su mayoría de inmigrantes, muchos de los cuales en un futuro cercano irán a parar a sus prisiones. Son la “escoria” de Francia, como los calificara Nicolás Sarkozy hace varios años.

Así las cosas, Francia debe reflexionar sobre sus problemas y encontrarles soluciones adecuadas, antes de buscarlas en otro lado. En vez de participar en guerras "antiterroristas" dirigidas por Estados Unidos, debería enfocar su mirada hacia lo que ocurre al interior del país, buscar el diálogo y el consenso con el exterior sin ser arrogante como si fuese un Imperio, pues otra es su realidad actual.

Los atentados en Francia fueron considerados por Occidente como una agresión, pero no sobra recordar que las víctimas de Occidente son mucho mayor a las de Charlie Ebdo, víctimas que intencionalmente nadie quiere recordar, incluyendo la prensa occidental, cómplice de todos estos ataques, y quienes por ejemplo cuando cubrieron las guerras en las que participó el ejército de Estados Unidos sólo transmitieron lo que le interesa a los estadounidenses, tal como ocurrió en las invasiones a Irak y Afganistán. Por esto, ya no debería hablarse de libertad de prensa sino de libertad de los medios de comunicación para encubrir.

En fin, hasta tanto Occidente no logre exorcizar sus propios demonios, y llegue al punto de creer que las respuestas a los problemas que le suceden las puede hallar en su interior, no en el exterior, no va a lograr vivir en paz con los demás, o de manera fraterna, para decirlo a la francesa. Mirado en este contexto, el ejercicio de la libertad de expresión debe reconocer la existencia de otros, que, aunque no compartan las ideas y pensamientos occidentales, merecen respeto, el mismo que merece Occidente.