Por SERGIO SALINAS (abril 2020)
Es
muy lamentable el atentado perpetrado contra el semanario Charlie Hebdo en
París el pasado 7 de enero de 2015, donde murieron cerca de 12 personas. Pero una
vez que nos hemos alejado por unos instantes de aquellos acontecimientos es
nuestro deber reflexionar al respecto, de la forma más equilibrada posible, sin
caer en las excitaciones y efervescencia política que comúnmente sigue a este
tipo de eventos.
Lo
primero que debemos resaltar es que las libertades deben ejercerse siempre respetando
a los demás, lo cual parece habérsele olvidado a los franceses, especialmente
a los de la revista Charlie Hebdo. Al respecto no es sino mirar que en la Declaración de los derechos del hombre y del
ciudadano de 1789 se afirma enfáticamente que uno de sus “derechos naturales e imprescriptibles”
es el de la libertad, entendida esta como “poder
hacer todo aquello que no perjudique a otro”. También está la libertad de comunicar
los pensamientos y las opiniones, resaltando que “es uno de los derechos más preciosos del hombre”, el cual no es
absoluto, pues se debe “responder del
abuso de esta libertad”. Con esto se evidencia que los derechos, aún el más
precioso de ellos, tienen límites.
De igual manera, en la Declaración universal de derechos
humanos, por cierto adoptada en 1948 en París, se indica en su artículo 1º
que “Todos los seres humanos nacen libres
e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia,
deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”, y el artículo 18 de
la misma, refiere que “Toda persona tiene
derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión”.
Debe
destacarse que el lema de la república francesa es el enarbolado desde los
tiempos de la Revolución, esto es el de libertad,
igualdad y fraternidad.
De
lo dicho queda claro entonces que existe el derecho a la libertad de expresión
y de comunicación, pero también existe el derecho a la libertad de pensamiento,
de conciencia y de religión, y tal como lo afirmamos unas líneas atrás, no hay
derecho absoluto, significando esto que ninguno prevalece sobre otro o excluye
al otro.
No
obstante, la revista parisina Charlie Hebdo pasó por alto todo lo anterior, actuando
como si Francia todavía fuera un Imperio Colonial, condición en la cual aquel
país menospreciaba a los seres sometidos bajo su dominio, y en vez de
considerarlos como libres e iguales a sus propios ciudadanos, los pensaba casi
como objetos, siendo incapaz de reconocer el carácter intersubjetivo de los
habitantes de sus colonias, así todas estas no fueran tratadas en igual forma.
Todavía
esa prepotencia y arrogancia del periodo imperial se puede observar claramente
cuando el presidente francés, François Hollande, manifestó después de los
crímenes de Charlie Hebdo, que “Hay
tensiones en el exterior, donde las poblaciones no comprenden lo que es el
compromiso con la libertad de expresión”.
Con
la anterior actitud petulante del señor Hollande, haciendo referencia a las
multitudinarias manifestaciones de musulmanes en varios países por la
publicación, después de los atentados de que fuera víctima la revista Charlie
Hebdo, de caricaturas consideradas ofensivas, es una muestra clara que el
colonialismo continúa. Los “otros” no
comprenden lo que los franceses sí comprenden. No importa que sean
miles de personas las que exijan respeto por sus creencias religiosas, creencias
que fueran ridiculizadas una y otra vez en Charlie Hebdo. No bastaron los
muertos que hubo en medio de manifestaciones realizadas en el año 2012 protestando
por unas publicaciones similares. Es que los musulmanes no comprenden el
derecho de los franceses a reírse y mofarse de sus creencias religiosas, por
cuanto la Diosa Razón puede socavar y penetrar en todos los intersticios de los
pensamientos más íntimos de todas las personas, sin consideración a criterios
morales y del más mínimo respeto hacia las creencias de los otros.
Paradójicamente, en algunos lugares de Francia está prohibido el uso de símbolos
que identifiquen a alguien con alguna religión, con lo cual se pone de presente
que los franceses son libres, pero por ejemplo las
mujeres residentes en Francia con creencias religiosas diferentes a las de los
galos, no tienen la libertad de llevar velo islámico en sus
escuelas.
Después
de los atentados del 7 de enero de 2015, lo primero que probablemente se hará
será buscar culpables al otro lado.
Es lo más sencillo, porque es muy probable que nunca los encuentren y entonces
el temor siempre va a estar ahí. La
justificación siempre existirá. Es lo que pasa con el terrorismo.
Si
volcáramos nuestra atención con más perspicacia hacia lo que pasó en el
semanario Charlie Hebdo, lo primero que encontramos es que los organismos de
inteligencia fueron incapaces de reaccionar a tiempo, a pesar de que los
hermanos Chérif y Said Kouachi, señalados de ser los responsables de los
atentados contra la revista satírica, habían sido objeto de seguimiento por
hacer parte de grupos islámicos radicales e, incluso, tenían antecedentes
penales.
Es
significativo que los citados hermanos nacieran en Francia, es decir eran
ciudadanos franceses, y que sus padres provinieran de Argelia, una de sus ex
colonias. Igualmente es importante manifestar que los Kouachi crecieron en un
orfanato y tuvieron contacto con la prisión, en la que al parecer Chérif Kouachi conoció a Amédy Coulibaly, mismo que habría perpetrado otro
atentado en París casi simultáneamente al de Charlie Ebdo, y se radicalizaron.
En estas circunstancias se hace visible el
fracaso de las instituciones francesas de “formar”
y “corregir” ciudadanos, ya sea el
orfanato, la prisión o la escuela, lo cual ya había sido expuesto hace tiempo
por Michel Foucault.
Además,
no es coincidencia que las personas provenientes de las ex colonias francesas y
sus descendientes sean sujetos que no lograron integrarse debidamente a la
sociedad francesa, quienes deben soportan al fin de cuentas las consecuencias
socioeconómicas del desempleo, resultando que los suburbios están atestados, en
su mayoría de inmigrantes, muchos de los cuales en un futuro cercano irán a parar a sus prisiones. Son la “escoria” de Francia, como los
calificara Nicolás Sarkozy hace varios años.
Así
las cosas, Francia debe reflexionar sobre sus problemas y encontrarles
soluciones adecuadas, antes de buscarlas en otro lado. En vez de participar en
guerras "antiterroristas" dirigidas por Estados Unidos, debería enfocar su mirada
hacia lo que ocurre al interior del país, buscar el diálogo y el consenso con
el exterior sin ser arrogante como si fuese un Imperio, pues otra es su
realidad actual.
Los
atentados en Francia fueron considerados por Occidente como una agresión, pero no
sobra recordar que las víctimas de Occidente son mucho mayor a las de Charlie
Ebdo, víctimas que intencionalmente nadie quiere recordar, incluyendo la prensa
occidental, cómplice de todos estos ataques, y quienes por ejemplo cuando
cubrieron las guerras en las que participó el ejército de Estados Unidos sólo
transmitieron lo que le interesa a los estadounidenses, tal como ocurrió en las
invasiones a Irak y Afganistán. Por esto, ya no debería hablarse de libertad de
prensa sino de libertad de los medios de comunicación para encubrir.
En
fin, hasta tanto Occidente no logre exorcizar sus propios demonios, y llegue al
punto de creer que las respuestas a los problemas que le suceden las puede
hallar en su interior, no en el exterior, no va a lograr vivir en paz con los
demás, o de manera fraterna, para decirlo a la francesa. Mirado en este
contexto, el ejercicio de la libertad de expresión debe reconocer la existencia
de otros, que, aunque no compartan las ideas y pensamientos occidentales,
merecen respeto, el mismo que merece Occidente.