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viernes, 1 de abril de 2011

Los Derechos Humanos ¿realidad o retórica?

Por SERGIO SALINAS (Marzo de 2011)

Bastante es lo que se habla en Occidente acerca del discurso de los derechos humanos, especialmente desde la Segunda Guerra Mundial, cuando los horrores llegaron a límites jamás imaginados como el lanzamiento por los Estados Unidos de las dos bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945, acciones consideradas por algunos analistas como “innecesarias”, las cuales afectaron profundamente la vida de los civiles, como nos lo muestran las trágicas historias e imágenes del documental de HBO titulado Luz Blanca/Lluvia Negra: la Destrucción de Hiroshima y Nagasaki.

Ese discurso irrumpió porque se creyó que deben imperar valores supremos que todos debemos respetar. Así debe ser. Es así como el 10 de diciembre de 1948 la Asamblea General de las Naciones Unidas encabezada por los países victoriosos de la Segunda Guerra Mundial excepto la entonces Unión Soviética y otros, adoptó y proclamó la Declaración Universal de los Derechos Humanos al considerar que el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad, y que se ha proclamado, como la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias; de igual modo destacó que los pueblos de las Naciones Unidas han reafirmado en la Carta su fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana y en la igualdad de derechos de hombres y mujeres, y se han declarado resueltos a promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad.

Es así como el discurso de los derechos humanos logró tener gran difusión y hasta cierto punto puede decirse que se avanzó en cuanto a su promoción y respeto, a pesar de contener valores esencialmente occidentales.

Sin embargo, y aunque se profirieran mandatos con fuertes pretensiones normativas y con tan loables propósitos, después de la segunda mitad del siglo XX el mundo continuó en medio de guerras, empero ya no de carácter mundial sino conflictos regionales controlados por las dos potencias del momento: Estados Unidos y la Unión Soviética, cada una direccionando los países bajo su influencia que eran producto del reparto geoestratégico realizado al finalizar la Segunda Guerra Mundial.

En la actualidad las cosas no han cambiado mucho, pues especialmente los Estados Unidos como potencia única a nivel global después del hundimiento de la Unión Soviética finalizando el siglo pasado, emplea el discurso de los derechos humanos como una herramienta a nivel universal para obtener ventajas políticas, económicas y culturales presionando o invadiendo a países débiles y ha llegado al extremo de emitir “certificados” en derechos humanos, mientras que en la realidad son los mismos estadounidenses los que los violan, pues no es sino remitirse a los conflictos de Irak, Afganistán, además de la prisiones de Abu Ghraib, oficialmente cerrada por el Gobierno estadounidense, y Guantánamo aun en funcionamiento. Por cierto, en estas cárceles los presos estaban por fuera de la normatividad internacional, por lo que sus derechos humanos fueron sistemáticamente violados, incluso se les llegó a torturar, práctica que supuestamente estaba erradicada en los países “civilizados”, como se autodenominan los Estados Unidos y Europa occidental.

La pregunta es cómo superar la actual situación, de manera que un país por más poderoso que sea esté sometido tanto en su interior como en su política exterior al régimen de los derechos humanos, pues hasta el momento los derechos humanos son unos valores y normas que han de ser respetados, pero hay países que cuando los vulneran escapan a las consecuencias que deberían soportar, comprendiendo por supuesto a los individuos responsables de dichos actos, sin importar si es el presidente de la república, un militar o un civil quien lo haga. Si esto no ocurre, como en la actualidad, no podremos superar la discusión de la República de Platón en el sentido de que la justicia (los derechos humanos) es lo que conviene al más fuerte y entonces ¿el débil no tiene derecho de exigir respeto por los derechos humanos, o es al débil a quien va dirigida la normatividad sobre los mismos? Pues si los derechos humanos se convierten en meros instrumentos al servicio de otros intereses, al final se pierde la fe en ellos y cada quien busca su propio beneficio hasta terminar en un punto ciego donde ya pierden todo interés serio y se llega así a una peligrosa doble moral. De esto último hay muestras importantes como Rusia y Cachemira, China y el Tíbet, España y su Ley de Memoria Histórica, Estados Unidos y el embargo a la isla de Cuba que prácticamente tiene condenado al Gobierno pero sobre todo a los cubanos, la población civil, por sólo indicar algunos.

Así las cosas, mientras existan países que queden de facto por encima de los organismos internacionales o sin la voluntad suficiente para abordar las consecuencias correspondientes es muy difícil que los derechos humanos sean respetados, pues al contrario, lo que genera es más conflictos y se esfuma la confianza en cuanto a relaciones internacionales se refiere, primer paso para lograr el cometido de implementar los derechos humanos a nivel universal y lograr una sociedad que promueva el progreso social y ... [eleve] el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad, como se proclamara en 1948. ¿O es que las relaciones internacionales se mantienen con fundamento en el terror y en el sometimiento de los países débiles por los más fuertes? Y si es así ¿qué será de los derechos humanos? Es hora, pues, parafraseando a Ronald Dworkin, de tomarse en serio los derechos humanos.