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miércoles, 9 de marzo de 2011

La globalización


Por SERGIO SALINAS (Noviembre de 2004)

A menudo tecnócratas escriben sobre las políticas que se deben tomar con respecto a ciertas regiones o países, pero muchas veces se realizan sin siquiera conocer los países a los que van dirigidas. La globalización está conformada por una constelación de tratados y consensos en los cuales los países se integran política y económicamente, especialmente lo segundo, pero con efectos sociales y culturales de enorme magnitud. La globalización no ha sido ajena a este tipo de escritores profesionales, pues desde tiempo atrás venían escribiendo sobre la “necesidad” de la globalización, siendo los gobiernos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan[1] quienes en los años setenta iniciaron la liberalización de sus economías, y promovieron, a escala mundial, este tipo de medidas, que condujeron al Consenso de Washington.


El contexto no pudo estar mejor preparado, pues la crisis de las Repúblicas Socialistas del Este de Europa se preveía, la región con otro modelo de economía, la socialista[2], lo que constituyó que el modelo capitalista fuera el único viable y que fuera promovido como la panacea.

Acto seguido, lo que hicieron los tecnócratas fue promover un nuevo liberalismo (neoliberalismo) inspirados en el del siglo XVII, donde la propiedad privada es el aliciente y mejor remedio para solucionar todos los problemas, en todos los ordenes, sea político, social, económico, etc., en contraste con lo público que es sinónimo de corrupción, y de un obstáculo al desarrollo.

“En el sistema capitalista, los propietarios privados cuidan de sus propiedades precisamente porque  se vinculan con ellas, y sólo con ellas. Si las trata con esmero, le reportan los adecuados beneficios y le ayudan a mantener a su familia y las causas en las que cree, porque puede donarlas, prestarlas, alquilarlas o transmitirlas por herencia. Pero si tiene que compartirlas con otros muchos o se trata de propiedades comunes, son mínimas las ganancias que le reportan sus cuidados y mínimas también las pérdidas si no las cuida. Ésta es la clave de bóveda de la discusión en torno a la propiedad privada y la ‘pública’. Las atenciones prestadas a la primera son eficaces porque comportan recompensas y castigos; las dedicadas a la segunda son ineficientes, escasas o incluso nulas”

“La propiedad privada es eficaz porque crea incentivos directos, otorga una auténtica posesión y confiere derechos de los que el propietario puede disponer. La propiedad pública es ineficaz porque sus incentivos son mínimos, genera una posesión meramente nominal y no otorga derechos de libre disposición. La propiedad privada del capitalismo produce una poderosa incitación a proteger, conservar, mejorar, y ampliar los bienes poseídos. La propiedad ‘pública’ (o ‘común’ o ‘social’ o ‘municipal’ o ‘colectiva’) del socialismo, ya sea la del socialismo ruso o la del Sistema Nacional de la Salud, de los ferrocarriles o de las bibliotecas públicas de Gran Bretaña, destruye los incentivos para proteger o mejorar lo poseído. Ningún propietario público puede cuidarse de un hospital estatal, sea ruso o británico”[3].

Sobre esta plataforma ideológica de las ventajas de lo privado sobre lo público fue que a mediados de los años ochenta del pasado siglo se reunieron los países centrales, suscribiendo un acuerdo, para lo cual tuvieron en cuenta el futuro de la economía mundial, las políticas de desarrollo pero especialmente el papel del Estado que desempeña en la economía. A este acuerdo se le denomina “Consenso de Washington” por ser suscrito en esta ciudad, y que ha afectado directa o indirectamente las diferentes dimensiones de la globalización.

Los diferentes consensos que forman el Consenso Neoliberal constituyen un metaconsenso, con una idea-fuerza dominante, a saber, que en el período al que estamos entrando desaparecieron las divergencias políticas (al menos en los países centrales del sistema mundial) y, por lo tanto, han dado origen a una interdependencia, a la integración regional. En el caso de las guerras de los últimos años que se presentaron o aún se presentan, son todas ellas en la periferia y son conflictos que se podrían llamar de baja intensidad. Pero de todas maneras estas guerras son controladas por los países centrales, a través de la intervención militar, sanciones económicas, bloqueos económicos, deuda externa, entre otros.

Además, los conflictos entre capital y trabajo que dieron origen al fascismo y al nazismo por una deficiente institucionalización fueron después de la Segunda Guerra Mundial institucionalizados por los países centrales. Hoy día esos conflictos están siendo desinstitucionalizados sin que causen inestabilidad alguna (o que no sea controlable) y, debido a que la clase obrera está fragmentada, ahora lo que se presentan son compromisos de clase menos institucionalizados y  menos corporativistas.[4]

A pesar de todo, estos consensos suscritos lo que plantean es también una divergencia tal que hubo necesidad de suscribir otros, y ahora se le denomina “Posconsenso de Washington”, indicando que lo que se llama globalización (económica, política y cultural) no es un estadio necesario del desarrollo de la humanidad, sino un conjunto de componentes descriptivos y prescriptivos. Entonces, lo que queda claro es que la globalización no es un proceso lineal y consensual (a pesar de que nos han hecho creer lo contrario) sino que resulta ser conflictivo, entre, por un lado, grupos sociales, Estados e intereses hegemónicos, y por el otro, grupos sociales, Estados e intereses subalternos. Al interior del campo hegemónico existen divisiones, pero éste actúa sobre la base de consensos entre los principales miembros[5].

Muy a menudo se concibe la globalización sin alguna actitud crítica, lejos de conflictos y contradicciones, transparente y simple, pero analizándola más de cerca ella posee dispositivos ideológicos y políticos direccionados sobre intenciones específicas. Estos dispositivos los muestran como algo necesario, sin que en realidad lo sean y lo que constituyen son, en realidad, una serie de falacias. Destacándose las siguientes:

La primera falacia denominada del determinismo, y que se refiere a la idea de que la globalización es un proceso espontáneo, ineluctable e irreversible, con una lógica y dinámicas propias que tiene una fuerza capaz de superar cualquier obstáculo externo. La causa de esta falacia es la de considerar las causas de la globalización en sus consecuencias, distinguiéndose una autoría como el consenso de Washington que fue una decisión política de los Estados centrales y la cual tiene una autonomía y selección más o menos relativa. No se puede obviar que las decisiones, especialmente de carácter político y económico tomados en los Estados nacionales fueron producto de presiones del Consenso de Washington a través de sus instituciones multilaterales como el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI).

La segunda falacia es la desaparición del Sur, que constituye la intencionalidad política del carácter no político de la globalización. Esta idea comenzó cerca de los años sesenta y se incrementó en los ochenta. Se trata de hacer creer que desaparecieron las jerarquías en el sistema mundial. De este modo, se pretende mostrar que desaparecieron las distinciones entre el Norte/Sur; entre Centro/Periferia/Semiperiferia. Todo bajo la idea de que las empresas multinacionales tienen la dinámica necesaria para transformar la nueva economía mundial en una oportunidad como nunca antes.

Si se llegara a admitir que la economía global dejó de depender de espacios geopolíticos nacionales, la verdad es que la deuda externa sigue cobrándose a nivel de los países (nacionales), y es a través de ésta como después de los años ochenta del siglo pasado, los países pobres se convirtieron en contribuyentes líquidos de los países ricos. Por otro lado, la convergencia entre países en la economía global se dio a la par que su divergencia, donde ésta es más notoria en los países centrales del sistema. Las políticas laborales y de Seguridad Social continúan definiéndose a escala nacional, de lo que resalta sus diferencias entre países. De la misma manera las políticas de liberalización emprendidas después de los ochenta no lograron reducir significativamente los costos laborales entre diversos países.

Lo que sí cabe destacar es que la liberalización desconfiguró los procesos de inclusión/exclusión. En las zonas donde se produjo la integración en la economía mundial se dio predominando la exclusión, y éstos son los países llamados del Sur y de la periferia, con sus consecuencias sociales, que aún están por determinarse y que siguen en la actualidad profundizándose[6].

Una dicotomía dialéctica se está imponiendo en el actual contexto de la globalización: la estructura binaria global/local, que es producida al interior de la misma. Entendiendo el modo de producción como “el conjunto de intercambios desiguales por el cual una determinada obra, condición entidad o identidad local amplía su influencia más allá de las fronteras nacionales, y al hacerlo desarrolla la capacidad de contemplar como local otro artefacto, condición, entidad o identidad rival”. De lo que se desprende que no existe una globalización que pudiera llamarse genuina y que al hablar de globalización estamos hablando es de que ésta implica determinado localismo; y de la misma manera al mencionar la globalización ésta presupone la localización. “El proceso que engendra lo global, entendido como posición dominante en los intercambios desiguales, es el mismo que produce lo local, en tanto que posición dominada y en consecuencia jerárquicamente inferior”. Paradójicamente podemos manifestar que vivimos en un mundo de localización y al mismo tiempo en un mundo de globalización.

A manera de ilustración se menciona un ejemplo para entender mejor cómo la globalización presupone la localización. Este es el caso de la pizza o la hamburguesa norteamericana, pues mientras éstas se globalizan la feijoada brasilera es vista como particularidad típica del Brasil. Lo mismo ocurre con el idioma ingles (globalizado) frente al francés (localizado, aunque con potencialidad para globalizarse).

Pero uno de los procesos producto de las asimetrías presentes al interior de la globalización, es que en el lenguaje popular y aún en el político el término globalización proyecta la idea de inclusión, pero en términos reales, y más precisamente hablando de la globalización económica puede ser bastante restrictivo. Así, “Muchas personas en el mundo, principalmente en África, están siendo globalizados en los mismos términos del modo específico por el cual resultan excluidos por la globalización hegemónica. Lo que caracteriza la producción de la globalización es el hecho de que su impacto se extiende tanto a las realidades que incluye como a aquellas que excluye”. Así mismo, cuando lo local es incluido dentro de lo global, se da en un ámbito de subordinación siguiendo el desarrollo y el camino de lo global.

De lo anterior se desprende que hay, en general, dos formas de globalización:

El localismo globalizado, definido “como el proceso por el cual un determinado fenómeno local es globalizado con éxito”. Una vez se realiza, lo que se globaliza determina las condiciones del proceso a seguir: integración, competición y la inclusión. Cuando lo que se pretende es el reconocimiento de la diferencia, el localismo globalizado conlleva que se imponga esa diferencia en condición universal y el resto de diferencias serán excluidas o si se incluyen lo serán de manera subalterna.

La otra forma de globalización es la que Santos llama la globalización localizado, que “Se traduce en el impacto específico en las condiciones locales, producido por las prácticas y los imperativos transnacionales que se desprenden de los localismos globalizados”. Por lo que las condiciones locales frente a los imperativos transnacionales, son “desintegradas, desestructuradas y eventualmente reestructuradas bajo la forma de inclusión subalterna”.

Como se expresó anteriormente, las jerarquías no desaparecen en el proceso globalizador, y ahora lo que se presenta es una división internacional de la producción de la globalización, donde los países centrales se especializan en localismos globalizados y los países periféricos  les corresponde asumir los globalismos localizados. De manera especial en los países semiperiféricos convive el localismo globalizado y la globalización localizada, generándose una tensión entre éstas. Así como también están los sectores geográficos excluidos, como lo puede ser una gran parte de África[7].

El Consenso de Washington aconsejó tres pilares fundamentales: la austeridad fiscal, la privatización y la liberalización de los mercados[8], además del Estado débil en el campo político[9].

Las medidas económicas fueron en parte recomendadas para que los países, en especial los subdesarrollados, las adoptaran. Pero “Las políticas del FMI, basadas en parte en el anticuado supuesto de que los mercados generaban por sí mismos resultados eficientes, bloqueaban las intervenciones de los gobiernos en los mercados, medidas que pueden guiar el crecimiento y mejorar la situación de todos[10].

En la actualidad el FMI y el BM aplican teorías económicas equivocadas. Estas instituciones “son protagonistas dominantes en la economía mundial. No sólo los países que buscan su ayuda sino también los que aspiran a obtener su ‘sello de aprobación’ para lograr un mejor acceso a los mercados internacionales de capitales deben seguir sus instrucciones económicas, reflejan sus ideologías y teorías de mercado libre”. Pero como lo dice Stiglitz: “Desde lo alto de un hotel de lujo se imponen sin piedad políticas que uno pensaría dos veces si conociera a los seres humanos a los que se les va a destrozar la vida”[11].

“El resultado ha sido para muchas personas la pobreza y para muchos países el caos social y político. El FMI ha cometido errores en todas las áreas en las que ha incursionado: desarrollo, manejo de crisis y transición del comunismo al capitalismo. Los programas de ajuste estructural no aportaron un crecimiento sostenido ni siquiera a los países que, como Bolivia, se plegaron a sus rigores; en muchos países la austeridad excesiva ahogó el crecimiento; los programas económicos que tienen éxito requieren un cuidado extremo en secuencia –el orden de las reformas- y ritmo. Si, por ejemplo, los mercados se abren a la competencia demasiado rápidamente, antes del establecimiento de instituciones financieras fuertes, entonces los empleos serán destruidos a más velocidad que la creación de nuevos puestos de trajo. En muchos países, los errores en secuencia y ritmo condujeron a un paro creciente y una mayor pobreza”[12].

Para Stiglitz el problema se ha enfocado en una perspectiva equivocada pues pasar los activos del sector público al privado no es garantía per se de que se vaya a generar empleo y un crecimiento de la economía, ni solucionar los problemas macroeconómicos, como lo afirmó en una entrevista a la revista Semana:

“SEMANA: ¿Cómo lo hicieron? [para la creación de empresas y puestos de trabajo]

“J.S.: Las políticas del Consenso de Washington se basaban en la creencia de que si uno cogía las empresas públicas existentes y se las pasaba al sector privado, éste último crecería por sí mismo y crearía los empleos.  No había una estrategia de crecimiento. Era una creencia, como una religión, de que una vez se quitaba al gobierno de encima, los mercados florecerían y arreglarían todos los problemas. En el este asiático el principal reto era cómo hacer para que de alguna manera el gobierno pudiera crear empresas y empleos. El papel del gobierno no sólo era crear el ambiente apropiado para el crecimiento, sino también ir más allá. 

“Por ejemplo, en China el gobierno local en las ciudades y pueblos fue el que creó las nuevas empresas y puestos de trabajo. De manera que fue en realidad el gobierno, a nivel local, el catalizador del crecimiento. En Corea, una de las empresas de acero más eficientes del mundo, fue creada por el gobierno.

“Se enfocaron en cómo crear nuevas empresas y trabajos. En algunos casos podemos hacerlo invitando a las compañías extranjeras, en otros casos creando nuestras propias empresas, o en otros prestándole plata a los empresarios privados, pero la meta siempre fue la creación de nuevas empresas y empleos. Pero el Consenso de Washington nunca pensó en estas cosas. Simplemente se suponía que el mercado automáticamente lo haría todo, cosa que no ocurrió en ninguna parte”[13]

La estrategia para competir consistió en que la mayor parte de los países industrializados, entre los que se destacan Estados Unidos y Japón, protegieron sus industrias, escogiéndolas de manera muy sabia y selectiva, hasta que fueron muy fuertes para poder competir sin mayores problemas con industrias extranjeras. Si bien es cierto que no ha funcionado la protección generalizada de la industria en los países que la han aplicado, tampoco ha sido satisfactorio las que liberan rápidamente sus economías[14].

En Colombia, a propósito del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), el industrial Luis Carlos Villegas, expresó que la empresa colombiana era competitiva para participar en una negociación como el ALCA[15]. Este optimismo es contrastado con los datos, ya que por ejemplo “Durante 1999 el ingreso per cápita fue inferior en 7% respecto a 1998. La producción nacional cayó 5.1% mientras la población creció 1.9%. Esta recesión económica, la más aguda del siglo XX en Colombia, se suma a los crónicos problemas de desintegración social, desempleo y pobreza”.

“La crisis golpea con intensidad a las familias de los estratos de ingreso medio y bajo, a la vez la concentración de riqueza se agudiza, favorece solo al 3% de los hogares. Dos de cada tres colombianos son excluidos, sin garantía de sus derechos sociales, el 70% de la fuerza laboral se encuentra desempleada (18.1%)o en empleos precarios (28% subempleo y 54% informalidad)...”[16] Los colombianos contribuimos con el 0.27% del valor de la producción económica mundial. El país concentra el 1.2% de los pobres del mundo. “Una de las particularidades en la discusión sobre desarrollo, desigualdad y pobreza en Colombia en los años noventa radica en que la mayoría de los autores se ha desempeñado alternativamente como funcionarios del gobierno o de las autoridades multilaterales de crédito. Es común, entonces, el optimismo con que describen la evolución de estos fenómenos y las terapias recomendadas y aplicadas”. Mientras que “Para 1999 la caída en el ingreso por persona es de 5.9%; el desempleo afecta al 22% de la población económicamente activa; en pobreza por ingreso se encuentra el 60% de las personas y una cuarta parte de la población no satisface sus necesidades básicas. En los años noventa se suma una profunda inestabilidad y fragilidad de la economía”[17].

Si se quiere acceder a un mercado libre, entonces debe tenerse en cuenta que la primera condición a cumplir es que los países que negocian “tengan modelos similares que les permita operar con estructuras arancelarias similares”. En cuanto a la estrategia para adoptar y competir “se requiere una política industrial, que permita definir que debe producir el país para el mercado externo y que conviene importar para modernizar el sector productivo”. En las aperturas, las economías quedan sometidas a excedentes de fuerza de trabajo, inestabilidad cambiaria y quiebra de los vínculos industriales. Así, en cuanto a “la integración Latinoamericana se justifica como un instrumento para ampliar los mercados y sustentar los modelos económicos más convenientes. Su viabilidad está condicionada a una organización por bloques conformados por países económicos similares y aranceles semejantes. El libre comercio solo se aceptaría dentro de los bloques y los acuerdos entre los bloques tendrían que hacerse sobre aspectos específicos” [18].

Países que han celebrado Tratados de Libre Comercio, como es el caso de México con  los Estados Unidos y Canadá (Napta) le ha significado a México un retroceso, pues se calcula que en ese país el 47%  de sus habitantes vive en la pobreza y el 19% en la indigencia y “En los años de vigencia del Tratado de Libre Comercio, la canasta básica de alimentos de la población mexicana aumentó de precio 560%, mientras el salario real solo aumentó 135%; es decir, la canasta aumentó de precio casi cinco veces más de los que aumentaron los ingresos reales de los trabajadores”.

En la misma perspectiva, en el gobierno de Ernesto Zedillo, “el salario mínimo se señala que perdió el 48% de su poder de compra, y más del 50% de los asalariados mexicanos recibe actualmente, en términos reales, menos de la mitad de lo que recibía 10 años atrás. Esta es la cara triste y fea de la integración bajo principios neoliberales...”

Por si fuera suficiente con lo anterior las exportaciones que realiza México, las hacen fundamentalmente 300 empresas, y la gran mayoría de esas empresas son filiales de las multinacionales estadounidenses.[19]

En esta medida, los sistemas de protección social con el avance del neoliberalismo tienden a presentarse como contraproducentes para el capital. Pues  el “neoliberalismo afirma que la protección de los trabajadores debe estar regulada por las dinámicas que adquiera un mercado altamente competitivo en el que serán los empleadores que no ofrezcan salarios y condiciones de trabajo elevadas y favorables quienes perderán la mano de obra experta y calificada, a no ser que competitivamente se la ‘peleen’”. A pesar de parecer mentira, no lo es, y antes se anuncia “que la regulación laboral que se basa en la contratación fija, garantías laborales, sistema de seguridad social, son contraproducentes para el desarrollo y elevación de las condiciones laborales en el mundo –moderno y altamente competitivo-, [y se] sostiene que dichas relaciones estancan la potencialidad de patronos y empleados para enfrentar los procesos de tecnificación, globalización y competencia mundial”[20]

En el país se manifiesta la anterior situación cuando en la década de los noventa se presenta la arremetida contra los trabajadores colombianos, primero con la Ley 50  de 1990 que “le arrebató a los derechos adquiridos en cuanto contratación, prestaciones, tiempo de jubilación, y beneficios laborales, se aplicó bajo el pretexto de solucionar los problemas de desempleo y el déficit fiscal”, y luego, en materia de Seguridad Social, con la expedición de la Ley 100 de 1993 se “pretendía según los designios del Estado, dar cubrimiento en salud a toda la población colombiana y mejorar el sistema de seguridad social, con ese argumento deterioró el ambiente laboral de la salud se desmontó de sus obligaciones en este aspecto, pero en cambio favoreció el capital de particulares invertido en el ‘negocio’ de la salud”[21] y de la pensiones[22].

En resumen, “Las dos décadas de neoliberalismo en América Latina le han regalado a la región la distribución más desigual del ingreso, más inequitativa y más injusta del ingreso en el mundo entero. El 20% más rico de la población latinoamericana recibe un ingreso que es diecinueve veces superior al 20% más pobre”[23]. También, se estableció la llamada flexibilización laboral, consistente en “abolir el salario mínimo legal, (y) que éste sea establecido por las fluctuaciones del mercado, que se pague como sucede en los Estados Unidos por horas laboradas”,[24] y con ello todos los logros que la clase trabajadora ganó por sus luchas quedarían sin vigencia, abolidos. Pues como lo afirma Jaime Pardo Leal “La legislación laboral no ha sido [el producto de] una concesión gratuita de los legisladores de cada país, sino la resultante de duras, difíciles y prolongadas jornadas de lucha, rubricadas con el sacrificio de los trabajadores del mundo. Cada ley que beneficia a los trabajadores ha sido conquistada y no otorgada caritativamente.”[25]


Bibliografía

Libros y artículos:

Córdoba Ruiz, Piedad, El Plan Colombia: El escalamiento del conflicto social y armado, Nizkor, Madrid, 7 de  abril de 2000. Publicado en: www.derechos.org

Martínez, Osvaldo, Posición de Cuba sobre el ALCA, ponencia presentada el 2 de abril de 2001, Cátedra Libre, CUT, Bogotá, Junio – agosto de 2003, págs. 35 y 39.

Moreno, Jaime Alberto, De la idea liberal del Estado Social de Derecho, al embeleco autoritario del Estado comunitario, Revista Trabajo y Derecho, No. 39, Agosto de 2003, pág. 17.

Ortiz Palacios, Iván David, La cuestión sindical, Conocimiento y Humanismo, Unibiblos, Bogotá, 2004, pág. 109 y 110.

Ortiz Palacios, Iván David, Sindicalismo y guerra en Colombia, Revista Trabajo y Derecho... pág. 74-75.

Pardo Leal, Jaime, La clase obrera ante el derecho social, Conocimiento y Humanismo, Unibiblos, Bogotá, 2002, pág. 271.

Santos de Sousa, Boaventura, La caída del Ángelus Novus: ensayos para una nueva teoría social y una nueva práctica política, ILSA y Universidad Nacional de Colombia, Ediciones Antropos Ltda., Bogotá, 2003, pág. 169-170.

Sarmiento Anzola, Libardo, Pugna distributiva y desarrollo societal en Colombia, Fescol, octubre de 1999.

Sarmiento Palacio, Eduardo, Modelo estratégico para las exportaciones colombianas y la integración, Cátedra Libre, CUT, Bogotá, Junio - Agosto de 2003, págs. 27 y 31.

Seldon, Arthur, Capitalismo I, Folio, Barcelona, 1997, pág. 129.

Stiglitz, Joseph, El malestar en la globalización, Taurus, Bogotá, 2002, pág. 81.
De Sousa Santos, Boaventura, op. cit. pág. 247

Suárez O., Rafael Ernesto, Los Derechos Humanos laborales en Colombia, Revista Trabajo y Derecho... pág. 107-108.

Rodríguez Mesa, Rafael, La reforma pensional establecida por la Ley 797 del 2003¸ Revista Trabajo... pág. 140

Vargas Buenaventura, Fermín, Retroceso en los Derechos de los trabajadores, actualización de la relación laboral, Revista Trabajo y Derecho... pág. 136.


Revistas y periódicos:

Revista Semana, abril 22 de 2002.

www.derechos.org

www.eltiempo.com

www.semana.com



[1] “Durante los años de su gobierno, las políticas ultraliberales de Reagan marcaron profundamente la economía y la sociedad estadounidense en la década de los 80, cuando los golden boys de Wall Street amasaron decenas de millones de dólares anuales mientras surgía una nueva clase de personas empobrecidas, marginadas de los programas sociales”. En: Fin del 'largo viaje' de Ronald Reagan, www.eltiempo.com, 6 de junio de 2004.
2 Véase Moreno, Jaime Alberto, De la idea liberal del Estado Social de Derecho, al embeleco autoritario del Estado comunitario, Revista Trabajo y Derecho, No. 39, Agosto de 2003, pág. 17.
[3] Seldon, Arthur, Capitalismo I, Folio, Barcelona, 1997, pág. 129.
[4] Santos, Boaventura de Sousa, La caída del Ángelus Novus: ensayos para una nueva teoría social y una nueva práctica política, ILSA y Universidad Nacional de Colombia, Ediciones Antropos Ltda., Bogotá, 2003, pág. 169-170. Para el presente escrito ha sido fundamental el capítulo 6 denominado Los procesos de globalización.
[5] Ibíd., Pág. 167-168.
[6] Ibíd., Pág. 191-194.
[7] Ibíd. pág. 205-209.
[8] Stiglitz, Joseph, El Malestar en la globalización, Taurus, Bogotá, 2002, pág. 81.
[9] Santos, Boaventura de Sousa, op. cit. pág. 247
[10] Stiglitz, Joseph, op. cit. pág. 14. Cursiva en el original.
[11] Revista Semana, abril 22 de 2002.
[12] Ibíd. pág. 43
[13] Revista SEMANA: www.semana.com abril 9 de 2003.
[14] Stiglitz, Joseph, op. cit. pág. 41-42.
[15]Revista SEMANA, abril 22 de 2002.
[16] Córdoba Ruiz, Piedad, El Plan Colombia: El escalamiento del conflicto social y armado, Nizkor, Madrid, 7 de  abril de 2000. Publicado en: www.derechos.org
[17] Sarmiento Anzola, Libardo, Pugna distributiva y desarrollo societal en Colombia, Fescol, octubre de 1999.
[18] Sarmiento Palacio, Eduardo, Modelo estratégico para las exportaciones colombianas y la integración, Cátedra Libre, CUT, Bogotá, Junio - Agosto de 2003, págs. 27 y 31.
[19] Martínez, Osvaldo, Posición de Cuba sobre el ALCA, ponencia presentada el 2 de abril de 2001, Cátedra Libre, CUT... págs. 35-39.
[20] Ortiz Palacios, Iván David, La cuestión sindical, Conocimiento y Humanismo, Unibiblos, Bogotá, 2004, pág. 109 y 110. Negrita fuera de texto.
[21] Ortiz Palacios, Iván David, Sindicalismo y guerra en Colombia, Revista Trabajo y Derecho... pág. 74-75. El doctrinante deja ver su preocupación por la situación actual del problema ya que él dice que “para nadie es ajeno que en Colombia, hoy día la gente se muere presentando tutelas que le garanticen el derecho a la vida antes de que el Estado ‘ordene’ que le presten la atención en salud, lo cual indica que esta ley tampoco se extendió para lo públicamente pretendido, pero sí ha dado sus frutos para los empresarios de un derecho que es público”.
[22] Véase Suárez O., Rafael Ernesto, Los Derechos Humanos laborales en Colombia, Revista Trabajo y Derecho... pág. 107-108. El autor también expresa su preocupación por que la Ley 797 de 2003 aumentó los requisitos y estableció limitaciones a la seguridad social, modificando la Ley 100 de 1993. Así mismo muestra su temor porque, según él, con el gobierno de Álvaro Uribe “la vigencia de los derechos laborales y la Libertad sindical quedan en entredicho”. También véase Rodríguez Mesa, Rafael, La reforma pensional establecida por la Ley 797 del 2003¸ Revista Trabajo... pág. 140, donde expone el punto según el cual la ley 797 de 2003 fue el producto de una imposición por parte del FMI. Este organismo multilateral de la misma manera buscaba que se redujera el déficit fiscal de 6,3 a 1,5 por ciento. Además, el gobierno colombiano se comprometía a privatizar algunas empresas y a aumentar y/o crear nuevos impuestos, entre éstos se destaca el famoso tres por mil, que en un comienzo fue de dos por mil.
[23] Martínez, Osvaldo, op. cit.
[24] Vargas Buenaventura, Fermín, Retroceso en los Derechos de los trabajadores, actualización de la relación laboral, Revista Trabajo y Derecho... pág. 136.
[25] Pardo Leal, Jaime, La clase obrera ante el derecho social, Conocimiento y Humanismo, Unibiblos, Bogotá, 2002, pág. 271.


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