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lunes, 1 de agosto de 2011

La invención subalterna de América


 
Por SERGIO SALINAS (abril de 2011)

 “Y hasta ahora el mayor trabajo de los hombres consistió
en coincidir entre sí acerca de muchas cosas
 e imponerse una ley de la coincidencia,
independientemente de si estas cosas
eran verdaderas o falsas”.
Nietzsche, 2002, §76.


Partir del presente

En la actualidad se presentan en el país varias cuestiones que nos ponen a pensar más profundamente sobre cómo nos hemos –o nos han- constituido, entre las cuales citamos dos, aunque sin la pretensión de ser modelos o patrones de nuestra sociedad. Primero, los persistentes casos de racismo contra las comunidades negras especialmente en Cartagena de Indias y Bogotá, Distrito Capital, donde en algunos centros de diversión los administradores impiden la entrada a algunas personas por su carácter de negras. Segundo, los indígenas especialmente del suroccidente colombiano han emprendido en los últimos años grandes movilizaciones, demostrado de esta manera una gran unidad y solidaridad entre ellos, en contraste con otros sectores sociales que antes poseían una mayor capacidad de movilización y ahora, o ya no lo hacen o, si llegare a ocurrir, ya no tienen el ímpetu de otros tiempos. Aunque en uno y otro caso pueda haber hoy múltiples respuestas a estos comportamientos, nos parece más adecuado realizar una pequeña sinopsis en perspectiva histórica acerca de nuestra formación, y de esta manera nos ayude a comprender por qué unas conductas supuestamente erradicadas se presentan probablemente con una frecuencia impensada por nosotros o por qué sale una comunidad tradicionalmente considerada “primitiva” y de concepciones muy distintas a las nuestras -por no decir inferiores- y se desplaza por grandes ciudades con una organización envidiable por cualquier movimiento urbano. El presente texto más que respuestas ofrece una serie de reflexiones históricas.


El conocimiento: una invención

Nosotros tenemos respuesta para todo. Sin embargo, nunca reflexionamos sobre la cotidianidad. Ésta nos parece tan natural, habitual y repetitiva que consideramos saberlo todo acerca de ella. Este conocimiento bien puede denominarse a priori. Parece como si desde siempre ya conociéramos y por lo tanto no nos planteamos duda alguna. Si analizáramos lo consabido parecería más una tautología, o en términos de economía: una pérdida de tiempo. Pero al contrario de lo que nos pudiera parecer lo consabido y lo habitual es lo más difícil de conocer, de problematizar, por cuanto es ahí donde reside nuestra dificultad para separarnos de las cosas consabidas y comenzar a extrañar aquello considerado tan familiar. En palabras de Nietzsche (2002, Pág. 366): “Lo consabido es lo habitual; y lo habitual es lo más difícil de conocer, es decir, de ver como problema, es decir, de ver como extraño, como lejano, como «fuera de nosotros»”. Reflexionar entonces acerca de lo que se mueve bajo y en la superficie debe ser tarea de todos. Sospechar de lo habitual.

En este sentido es pertinente el análisis realizado por Foucault (2003: 18-31) comentando a Nietzsche pues éste concibe al conocimiento como algo inventado, producto de la lucha de los instintos pero sin identificarse con ellos. Por esto, es pensado en el sentido de ruptura, de algo sin origen. Entendido así el conocimiento no le son inmanentes las leyes. Si entre el instinto y el conocimiento no hay relación necesaria entonces tampoco la hay entre el conocimiento y las cosas a conocer. La relación existente es de lucha, violencia, dominación, fuerza, en síntesis, unas relaciones de poder vistas en términos políticos. De este modo se puede imaginar al conocimiento como una relación estratégica en la cual el hombre está situado. Por consiguiente, el conocimiento es a la vez lo más particularizante y generalizante; es producto de un espacio y tiempo concretos y a la vez puede ampliarse e imponerse en otros espacios y tiempos distintos.

De manera que el conocimiento al implicar la lucha, la batalla, es decir si hay conocimiento es porque hay batalla, no sería nada más pero tampoco nada menos que el efecto de esa contienda, de esa lucha y entonces procedemos a hacer explícito lo implícito: el conocimiento es lo impuesto por la parte victoriosa en la contienda. Por ende, “El conocimiento esquematiza, ignora las diferencias, asimila las cosas entre sí y cumple su papel sin ningún fundamento de verdad. Por ello el conocimiento es siempre un desconocimiento” (Foucault, 2003: 31).

Por lo anterior y para echar una mirada a nuestra historia debemos considerar, en términos políticos, lo existente como algo inventado. No debe ser visto como algo necesario sino en general producto del azar, de la contingencia. Por supuesto, todo debe situarse dentro de un contexto y bajo determinadas condiciones. En ningún proceso opera la libertad absoluta, la libertad en su pura autoconciencia como diría Hegel.


La subalternidad de América

La primera pregunta planteada es por qué América, especialmente América Latina, es considerada como de segunda o tercera categoría frente a Europa. Es más, la pregunta podría sobrar. Qué fue lo que nos hizo o nos hace diferentes para calificar a América Latina como una “gran importadora de ideologías europeas en boga” (Hobsbawm, 2003: 176), es decir subordinada frente a Europa, la cual es incapaz de crear por sí misma y sólo se atiene a lo desarrollado por los demás, especialmente los europeos, para luego “importar” esos productos. Por supuesto, Colombia no es ajena a la valoración realizada a la región.

Una de las respuestas más categóricas la hallamos en la teoría poscolonial. Para Aníbal Quijano (2000), uno de los representantes de esta teoría, el “descubrimiento” y posterior colonización de América constituyen los rasgos principales para formar, siglos después, la idea de una presunta superioridad racial europea no sólo frente al “Nuevo Mundo” sino al resto del planeta, y de esta manera el europeo se consideró con el derecho a clasificar y nombrar, unos poderes casi divinos, donde América quedaba habitada por indios, África por negros, Asia por amarillos y por supuesto el continente europeo por blancos, la raza superior y el eje de la historia universal.

A través de la dominación de los europeos sobre las poblaciones aborígenes americanas se constituyó una subjetividad europea de carácter etnocéntrica, rasgo común en todos los dominadores. Esto les permitió luego a los europeos desarrollar una conciencia en la cual el etnocentrismo y la división racial en la esfera universal les hicieron sentirse ya no sólo superiores sino creer que este fenómeno había obrado de manera natural y espontánea. Ante esto, la operación mental realizada fue desarrollar una subjetividad donde ellos quedarían en calidad de dominadores por cuanto situaron a los colonizados por detrás de su historia, quedando Europa en el punto de llegada del proceso civilizatorio, y las comunidades colonizadas pasaron a ser pensadas no sólo como anteriores sino también como inferiores, es decir, generaron una profunda ruptura. Con esto destrozaron el hilo que los unía a América y se da énfasis exclusivamente a los elementos diferenciadores. Resultando de esto una anacronía de las historias diferentes pero simultáneas en el sentido cronológico, pues mediante el “descubrimiento del globo terráqueo aparecieron más grados distintos de civilización viviendo en un espacio contiguo, siendo ordenados diacrónicamente por comparación sincrónica. Si se miraba desde la Europa civilizada a la América bárbara, se trataba también de una mirada hacia atrás” (Koselleck, 1993: 309).

Para legitimar lo anterior, los europeos construyeron su propio espejo mágico, en el cual siempre que todos los pueblos diferentes a Europa se miren ante él, invariablemente vean su figura imperfecta, por el espejo ser hecho a la medida de su etnocentrismo. Sin ninguna excepción existirá algo faltante, sobrante o distorsionador en la figura del no europeo, ante lo cual éste deberá dirigir su mirada hacia lo europeo porque ellos son la figura modelo a seguir; la sola comparación de lo extraño a Europa con lo europeo, parte del hecho de la imperfección.

Siguiendo la metáfora mencionada por Quijano (2000), Europa ya como construyó su propio espejo mágico, lo cual no significa que haya nacido con él, sino que lo creó a su imagen y semejanza, entonces ya no puede reflejarse sino a sí misma, es decir, no puede recurrir a moldear su figura en otros pueblos por cuanto éstos son diferentes, atrasados e inferiores, de tal manera que si su imagen se mezclara con ellos pronto se parecería a ellos y resultaría siendo como ellos. Pese a todo, esto no podría ocurrir. Además, esa subjetividad europea creada gracias a la dominación ejercida sobre los pueblos americanos instituyó un sentido de superioridad el cual había de mantener, para poder diferenciarse de los otros (También Hobson, 2006: 235). Con esto Europa ya descartó apelar a una intersubjetividad como la americana, ahora dominada por ella y la cual le permitió desarrollar la propia, pero esto debía ser ocultado. Este motivo llevó a los europeos, a partir del siglo XVII y especialmente en el siglo XVIII, a autolegitimarse como una civilización sin deudas con otras culturas, una especie de concepción divina, para lo cual se trazó una línea directa desde la Grecia Antigua hasta la Europa moderna (También Hobson, 2006: 29 y 33), borrando de esta manera su relación constitutiva de identidad obtenida en un primer momento gracias a América.


La invención de nuevas categorías y el ocultamiento del atraso europeo

Para legitimar y mantener la nueva estructura creada los europeos inventaron a partir del siglo XVIII nuevas categorías, especialmente de carácter binario como Oriente/Occidente, salvaje/civilizado, irracional/racional, donde de entrada ya sabemos que la segunda categoría es la regla a seguir y está identificada con Europa. Estos conceptos y siguiendo a Koselleck (1993: 205 y ss.) se pueden caracterizar como conceptos contrarios asimétricos, conceptos que se aplican para excluir un reconocimiento mutuo.

Según el modelo tradicional como nosotros hemos aprendido acerca de la historia, Europa es un continente pionero en casi todo. Así, fue en Occidente, fundamentalmente en la Grecia Antigua, donde se desarrolló, inter alia la filosofía, la teoría política y la democracia, estado al cual no podía llegar ningún otro pueblo porque no había logrado supuestamente las condiciones producidas allí, conocimientos legados después al Imperio romano y luego a los pueblos que hoy conforman Europa. Este es el típico enfoque de, por ejemplo, el manual Historia de la teoría política de George H. Sabine (2000), especialmente el capítulo I adicionado por Thomas Landon Thorson. Además, se nos dice, fue en Occidente donde tuvo lugar el desarrollo de la ciencia y de la técnica modernas, sin influencias de otras culturas.

Teniendo en cuenta lo anterior, los europeos, considerando reflexivamente los tres siglos transcurridos desde el año 1492 hasta finales del siglo XVII y comienzos del siguiente, dividirían la Historia en tres grandes etapas o edades: antigüedad, medioevo y modernidad a las cuales les corresponde, según escribiera en el siglo XX Augusto Comte, el pensamiento teológico, metafísico y racional o positivo respectivamente, dejando así atrás a las comunidades con una historia no sujeta a tal ritmo, discurso legitimado por las ciencias sociales. Esta mirada hacia atrás, es precisamente lo que le permite a los europeos distanciarse de los americanos y proceder a realizar una ordenación de acuerdo a su tiempo interior dando por resultado la historia individual diacrónica por comparación sincrónica (Koselleck: 1993: 309), produciendo así una asimetría inconmensurable entre europeos y americanos.

Pero en este discurso de ocultamiento creado por Europa se dejó de lado la verdadera realidad de ese continente antes y después del “descubrimiento” de América. En este sentido, estudios realizados desde hace varias décadas dan cuenta del atraso en el cual se encontraba Europa frente a Oriente, especialmente en términos económicos y políticos (Hobson, 2006: 222), de los que tanto se ufana Europa al presentarlos como productos alcanzados gracias a su propio desarrollo. Incluso, se asegura, el “descubrimiento” de América no hubiera sido posible sin la técnica y los conocimientos orientales como los barcos, la tecnología y la técnica de navegación sin los cuales los navegantes europeos no hubiesen logrado atravesar el Océano Atlántico; ir más allá de las Columnas de Hércules franqueadas en ese tiempo por muy pocos.

Es más, se atribuye a Colón la invención de América, no su descubrimiento, pues al igual que la monarquía española a Colón -y lo mismo puede decirse de Vasco de Gama- los obsesionaba una cruzada contra el Islam. Cuando Colón divisó la tierra del “Nuevo Mundo” donde actualmente es Cuba pensó encontrarse con Cipango, el equivalente al Japón de Marco Polo; sin embargo, una vez desembarcó corrigió lo dicho pero únicamente para arribar a la conclusión según la cual se trataba era de la China continental, tan desesperadamente buscada por él. Colón, desde su partida, llevaba mentalizado qué territorio era para el que iba, el cual no era ninguna tierra “nueva”. Iba inmerso dentro de unos parámetros bien establecidos, no otra cosa se infiere que el año de su partida de España coincida con un proyecto más amplio en el cual estaba la instauración de la denominada Santa Inquisición, para “purificar” las almas de los herejes si era preciso en la hoguera, y la liberación de Granada de los musulmanes ejecutada por cristianos.

Europa se benefició de las ventajas de su atraso económico, y de esta manera continuó asimilando y emulando a otros “recursos superiores” provenientes del adelantado Oriente, adquiridos y conocidos por Europa gracias a la globalización promovida por Oriente, y para ello utilizó recursos proporcionados por el “Nuevo Mundo” y África, consistentes principalmente en recursos naturales y mano de obra, logrando así acortar distancia frente al adelantado Oriente durante los años 1500 a 1800 (Hobson, 2006: 222-225).

Es decir, Europa no debe entonces su desarrollo a su propio dinamismo sino que este se lo adeuda en buena parte a Oriente si nos atenemos a lo indicado por Hobson (2006: 19-20): “Oriente (que estaba más adelantado que Occidente entre los años 500 y 1800) desempeñó un papel decisivo que permitió la ascensión de la civilización occidental moderna. […] Oriente facilitó la ascensión de Occidente a través de dos grandes procesos: el difusionismo, el asimilacionismo y el apropiacionismo. En primer lugar, a partir del año 500 los pueblos de Oriente crearon una economía global y una red de comunicaciones también global a través de  la cual  «las carteras de recursos» (por ejemplo, ideas, instituciones y tecnologías orientales) más adelantadas se difundieron por Occidente, donde fueron posteriormente asimiladas […] Y en segundo lugar, el imperialismo occidental a partir de 1492 llevó a los europeos a apropiarse de recursos económicos orientales de todo tipo que permitieron la ascensión de Occidente. En resumen, Occidente no abrió la senda de su desarrollo de manera autónoma, sin la ayuda de Oriente, pues su ascensión habría sido inconcebible sin la aportaciones realizadas por éste”.


La Ilustración como culminación de un proceso hegemónico europeo

Tal vez reconociendo en parte lo ya mencionado, Hegel (1994: 201-202) considera a Asia como el principio, y por esto la historia universal va de Oriente a Occidente. Éste es el punto en donde culmina la historia. O también: Oriente es el lugar en donde nace el sol físico pero es en Occidente donde se pone. Sin embargo, es en Occidente donde se levanta un sol “interno”, la conciencia, el cual a la hora de la verdad es el que más luz emite pudiendo expandirse por todas partes. Este sol “interior” tendría la ventaja frente al sol físico de no ocultarse; su brillo irradiaría de manera más profunda y su luz sería constante.

Con esto ya se expresa una conciencia dominadora y racista la cual se va desarrollando con la colonización de América y, posteriormente, con el proyecto de Ilustración se llega a una idea prácticamente terminada. En efecto, la Ilustración europea se basó en dos preguntas fundamentales: “¿Quiénes somos? ¿Y cuál es nuestro lugar en el mundo? El hecho de responder a estas dos cuestiones dio paso a la sistematización, clasificación y, de hecho, invención del mundo, y fruto de ello fue la creencia de que occidente es –y siempre ha sido- el único portador de la civilización y el progreso humano en el ámbito económico, intelectual y político” (Hobson, 2006: 297). Quien realiza entonces esa sistematización y esa clasificación la hace pero teniendo en cuenta su propio punto de vista, es decir su historia particular. Cada parte es colocada en un punto distinto, una cosa en un punto más alto, otra en uno más bajo; arriba se pone la categoría civilizado, abajo la de salvaje, y lo mismo se hace con el binomio racional e irracional, etc. Pero todo se realiza aplicando un método supuestamente desinteresado, revestido de un carácter “científico”, cuando en realidad no hace sino esconder sus prejuicios especialmente de tipo hegemónico.

Ciertamente, la categoría Occidente se estableció en una posición diametralmente opuesta a Oriente. Aquélla está integrada por Europa, en contraste con Oriente compuesta por lo no europeo. La raza blanca contra las demás. Occidente tiene un lugar específico, en tanto que Oriente lo conforman múltiples lugares. Unidad contra pluralidad. Los dos fueron pensados siempre de manera opuesta, así, “Occidente era imaginado como inventivo, activo, científico, disciplinado, dotado de autocontrol, juicioso, sensato, práctico, propenso a lo mental, independiente y sobre todo paternal.” En contraste, “Oriente era imaginado como la antítesis inferior de Occidente: imitativo, pasivo, supersticioso, vago, espontáneo, loco, emocional, exótico, propenso a lo carnal, dependiente y sobre todo, infantil.” Además, Occidente se identifica con «masculinidad» (principio activo) mientras Oriente con «feminidad» (principio pasivo) (Hobson, 2006: 305-306). No era algo real, ni tenía por qué serlo, pues se trataba de crear un discurso, una conciencia, un mito.

Precisamente, ese carácter infantil es el resaltado por Hegel en el indígena americano además de su supuesta inferioridad (1994: 171-172). Su inferioridad –manifiesta este autor- se ve en todas partes, hasta en la estatura, y cuando no es esto entonces es salvaje e inculto, es decir, ni por lo natural ni por lo cultural tiene posibilidad alguna de alcanzar al europeo. Asimismo, a los indígenas “Las corporaciones religiosas los han tratado como convenía, imponiéndoles su autoridad eclesiástica y dándoles trabajos calculados para iniciar y satisfacer, a la vez, sus necesidades. Cuando los jesuitas y los sacerdotes católicos quisieron habituar a los indígenas a la cultura y moralidad europea (es bien sabido que lograron fundar un Estado en el Paraguay y claustros en Méjico y California), fueron a vivir entre ellos y les impusieron, como a menores de edad, las ocupaciones diarias, que ellos ejecutaban –por perezosos que fueran- por respeto a la autoridad de los padres. Construyeron almacenes y educaron a los indígenas en la costumbre de utilizarlos y cuidar previsoramente del porvenir. Esta manera de tratarlos, es indudablemente, la más hábil y propia para elevarlos; consiste en tomarlos como a niños. Recuerdo haber leído que, a media noche, un fraile tocaba una campana para recordar a los indígenas sus deberes conyugales. Estos preceptos han sido muy cuerdamente ajustados primeramente hacia el fin de suscitar en los indígenas necesidades, que son el incentivo para la actividad del hombre.” Seguidamente, dice el referido autor: “los americanos viven como niños, se limitan a existir, lejos de todo lo que signifique pensamientos y fines elevados”.

En la cita inmediatamente anterior tienen lugar varias de las características atribuidas a Oriente: imitativo, pasivo, supersticioso, vago, emocional, exótico, dependiente y especialmente infantil. Allí se puede leer claramente que el europeo está imponiendo su cultura y no es ninguna actitud infantil la del indígena, aunque en el discurso europeo sí lo sea. Se está disciplinando al indígena. Se le están imponiendo costumbres extrañas. De lo que se trata es de mantenerlos como a niños con el fin de “elevarlos” hacia la cultura europea, pero sin abandonar su niñez.

Referente a la disciplina impuesta a los indígenas con el fin obtener el cumplimiento de sus “deberes conyugales”, debe tenerse presente la situación vivida por la población indígena en cuanto a su muy probable baja natalidad, debido a causas como la abstinencia sexual y el trabajo en la mita donde se trasladaban grandes cantidades de indígenas de un lugar a otro u otros desintegrando sus relaciones sociales, familiares y culturales. Además, ciertas prácticas culturales pueden ser la causa de las poco frecuentes relaciones sexuales entre indígenas. Hablamos específicamente de los efectos de la coca en los adultos consumidores de la hoja de dicha planta. Igualmente, se da por parte de las indígenas unas prácticas anticonceptivas y abortivas. También deben contarse los suicidios colectivos, suicidios en masa y el infanticidio. En fin, la dominación de una cultura extraña sobre la indígena, una población blanca por mucho tiempo improductiva, las condiciones tan fuertes de trabajo y la pérdida de autonomía lograron que el indígena no sintiera gusto por la vida, lo cual afectaba directamente su reproducción (Jaramillo, 2001: 99-103). También pudo haber sucedido que la población indígena en una actitud de defensa, protección, resistencia y al mismo tiempo de rechazo ante una cultura extraña optó por no reproducirse, aunque eso les implicara mayores esfuerzos especialmente a la hora de pagar el tributo, por ser éste colectivo. Y como al europeo le interesaba era la existencia de gran cantidad de indígenas ya sea para cobrar el tributo, tenerlos como sirvientes o para aprovecharse de su trabajo en las minas o en las haciendas, entonces actúa promoviendo una disciplina de la reproducción, mas no del placer, pues esto no era lo pretendido por los colonizadores y al parecer no era una práctica indígena. Así pues, el incumplimiento de “deberes conyugales” no sería "natural" sino la respuesta a unas estructuras bien complejas de dominación.


Salvajes y civilizados

En este contexto Europa llama a los pueblos americanos salvajes en contraste con el concepto reservado para sí: civilizada. Salvajismo y civilización. Estos términos, sin embargo, gozan de cierta ambigüedad en su utilización. Una corriente, específicamente la antropología, utiliza estos conceptos como dos etapas del desarrollo de la sociedad. Así, el salvajismo consta de tres estadios al cabo de los cuales da paso a la civilización, la etapa superior, pero no por ello la más feliz, por cuanto es en esta etapa donde tiene lugar el desarrollo más intenso de la esclavitud en su periodo inferior, luego se da la servidumbre y en el último el trabajo asalariado. En esta etapa la esclavitud se va solapando, es decir, no desaparece totalmente (Engels, 2008: 290 y ss). Nótese, a pesar de todo, el carácter eurocéntrico de este enfoque. Pero la utilización original de dichos conceptos no correspondía a la visión antropológica sino a un punto de vista dominador. Es muy diciente al respecto que la creación del verbo “civilizar” y el adjetivo “civilizado” se remonten a los siglos XVI y XVII. No es ninguna casualidad la eclosión de estas palabras justo después de la invención del “Nuevo Mundo”, o más específicamente, del contacto de los europeos con los “salvajes” americanos. Posteriormente, hacia 1776 aparecería por primera vez en un libro el sustantivo “civilización”, proveniente de la jurisprudencia (Moreno-Durán, 1996: 29).

Estos conceptos contrarios asimétricos hacen del hombre civilizado, el europeo, depositario de una obligación moral de civilizar al Otro, al salvaje, quien vive en un estado de naturaleza, donde sus instintos no poseen ningún tipo de refinación y no hay tampoco ninguna restricción social. Prácticamente el salvaje hace parte de la naturaleza, pues el mismo verbo “civilizar” expresaría la acción de imponer al salvaje la civilización, aunque no sea algo fácil pero sí necesario (Moreno-Durán, 1996: 30). Esto se hace más visible cuando a América se le denomina el “Nuevo Mundo” en contraste con el “Viejo Mundo”, pues querría decir que aquel continente y sus habitantes carecerían de historia y de una subjetividad propia -o al menos se oculta este hecho- y se legitima una autoridad de lo “viejo” sobre lo “nuevo” haciendo tabula rasa de su pasado. Se oculta aquí el aspecto de la vida cultural indígena para reemplazarlo por la vida natural de salvaje, entrando él a formar parte de la naturaleza. Por tanto, el europeo resalta la necesidad de “civilizar” al indígena e imponerle restricciones sociales a sus instintos meramente naturales.

En desarrollo de esta mentalidad y para ejecutar esa acción de “civilizar” existen múltiples maneras. Una de ellas es la guerra. Pero la guerra hay que justificarla. De esto se encargaron varios autores entre ellos se destacó Juan Ginés de Sepúlveda (1996) con su Tratado sobre las justas causas de la guerra contra los indios. García-Pelayo (1996) las clasifica de la siguiente manera: 1. La superioridad cultural, 2. La ley natural, 3. Los sacrificios de los inocentes y 4. La predicación religiosa.

El mismo Sepúlveda (1996: 153) señalaba, basándose en Aristóteles, que “siendo por naturaleza siervos los hombres bárbaros, incultos é inhumanos, se niegan á admitir la dominación de los que son más prudentes, poderosos y perfectos que ellos; dominación que les traería grandísimas utilidades, siendo además cosa justa, por derecho natural, que la materia obedezca a la forma, el cuerpo al alma, el apetito á la razón, los brutos al hombre, la mujer al marido, los hijos al padre, lo imperfecto á lo perfecto, lo peor a lo mejor, para bien universal de todas las cosas. Este es el orden natural que la ley divina y eterna manda observar siempre.”

Otra justificación es impedir a los indios seguir devorando carne humana, porque esto ofende a la propia naturaleza. En este sentido la guerra es justa porque va a salvar a inocentes criaturas que año tras año son sometidos a los ritos y ceremonias donde son inmolados por parte de los bárbaros.

En cuanto a la predicación de la religión cristiana, también está justificada la guerra, pues ya esos pueblos bárbaros no rendirán culto a los demonios sino a Dios. Para ser posible esta predicación hubo que apaciguar a los príncipes y sacerdotes de los bárbaros, para que la doctrina evangélica llegara a todos sin ningún contratiempo a través de “los predicadores y maestros de las costumbres y de la religión”, dando así cumplimiento a lo mandado por la ley del emperador Constantino, ante lo cual “es evidente que nada de esto hubiera podido hacerse sino sometiendo á los bárbaros con guerra o pacificándolos de cualquier otro modo.” (Sepúlveda, 1996: 155)

Entonces, “para bien universal de todas las cosas” a los bárbaros se los sometía a través de la guerra justa o de “cualquier otro modo”. Pero en caso de que la guerra “justa” no bastara, ¿cuál sería la estrategia? Este es el caso de los indios Pijaos, quienes no se subyugaron ante la cultura “superior” del europeo, del blanco. El problema que desde comienzos del siglo XVII enfrentaba España era que internacionalmente se ejercía una presión por las conquistas españolas en América, dada la difusión en el “viejo” continente de la destrucción española causada sobre las poblaciones aborígenes.

Para responder a esta presión, se divulga una imagen del indio como lo malo, lo bárbaro, lo salvaje, lo inhumano, lo cruel, lo feo, lo deforme, lo femenino y, en autores como fray Pedro Simón, antropófago. Esta es precisamente la estigmatización que soportarán los indios Pijaos. Aquí, este “Otro” contrastaba con el europeo, siendo éste todo lo contrario a aquél y además la norma a seguir, o mejor aún, quien imponía la norma. Ante este discurso, la justificación de su exterminio por su no rendición ante el conquistador estaba garantizada. Y a lo anterior se suma el hecho de los Pijaos estar justo en zonas ricas para la explotación económica (Bolaños, 1994: 29, 54, 218-219). Todo enmarcado dentro de una retórica proveniente de las crónicas, noticias, relaciones y recopilaciones escritas sobre América. Especialmente, “En el contexto de la justificación del exterminio Pijao en Noticias historiales [de fray Pedro Simón] la caracterización de este aborigen tenía que producir un monstruo despreciable y hostil a la civilización (europea) y los intereses hispanos en América. Sólo tal índole de seres pueden someterse con autoridad moral a un drástico castigo.” En este sentido, tres van a ser las características impuestas al Pijao desde el siglo XVI: barbarismo, delincuencia y antropofagia (Bolaños, 1994: 25 y 29). No obstante la retórica utilizada por los españoles no se ha verificado el carácter antropófago de los indios Pijaos.

Dispuesta la Corona española a intervenir definitivamente sobre la situación indígena, en el año de 1604 nombró al militar Juan de Borja como presidente de la Real Audiencia para que terminara con la situación de resistencia que representaban los indios Pijaos en el Nuevo Reino de Granada. La campaña de exterminio contra estos indios fue general: desde la destrucción de las cosechas varias veces al año, la ejecución de los guerreros que caían en manos de los españoles hasta la esclavización de los sobrevivientes en diferentes lugares. Con esto se ponía en práctica una acción total para eliminar a esos indios que no se quisieron subyugar a los españoles, al atreverse “a resistir la invasión de sus tierras, la disolución de sus familias, la muerte y esclavización de sus miembros y la destrucción de su idiosincrasia cultural.” Sin embargo, pese a la feroz campaña emprendida contra dichos indios, lo cierto es que no fueron exterminados por el año de 1611, fecha en que se dio por terminada la empresa militar, pues hasta el año 1675 se registraron ataques de los Pijaos. Juan de Borja exterminó una parte de los Pijaos y fueron los indios del lado de la Gobernación de Popayán los que a Borja no le interesó atacar. Es un hecho bien diciente que los Pijaos no tenían algo así como un derecho de defensa, y sus cualidades guerreras, desde un punto de vista eurocéntrico y unilateral, no dejan de ser un simple “atrevimiento” o “una perversidad” (Bolaños, 1994: 24 y 55). Este “Otro”, a pesar de que demuestre sus amplias cualidades no puede dejar de ocupar ese lugar que el europeo le ha reservado: la inferioridad.

Bien vale la pena citar extensamente a Bolaños (1994, 231-232) sobre el resultado de su análisis desde un enfoque culturalista e intersubjetivo relativo a la guerra contra los Pijaos, justificada desde la escritura -hecha desde una perspectiva eurocéntrica- y luego tristemente ejecutada: “La intolerancia frente a la diferencia cultural del aborigen, el deseo de asimilarlo geográfica, económica, religiosa y políticamente –aún si eso supone su destrucción- y la sistemática representación de ese nativo americano como una antítesis indeseable de la imagen del europeo ideal son tres aspectos que gobiernan la escritura de “las guerras de los indios pijaos” de fray Pedro Simón en 1623.

“La cuidadosa articulación de estos aspectos, en el contexto de la escritura de la historia sobre la colonización de América por los europeos, produce unas Noticias historiales [de fray Pedro Simón] que celebran tanto la erección férrea de la sociedad colonial como el arribo inexorable de la resistencia indígena. Sin embargo, el conflicto representado por Simón entre los culturalmente disímiles españoles y Pijaos, no nos ofrece una historia de dos contendores conmensurables (es decir, el de una contienda entre dos bandos igualmente merecedores y dignificables)

“Por el contrario, y a través de la utilización de antiguos clisés peyorativos sobre los hombres no europeos, lo que la historia de “las guerras de los indios pijaos” nos ofrece es una lucha entre la virtud física y moral de los españoles y la monstruosidad física y moral americanos. Solamente, como vimos, mediante la representación del nativo americano, y en particular, el indio Pijao, como una bestia amenazante se puede narrar –con autoridad moral- la historia de la erradicación brutal de su rebeldía”.


Los prejuicios europeos se trasladan a América

Debe aclararse que el pensamiento europeo no debe ser visto como lo impuesto exclusivamente “desde allá”, sino que parte de las ideas excluyentes y racistas se trasladaron a América –como en parte ya se mostró-, primero representadas en los colonizadores y luego transmitidas a los criollos que fueron quienes después ejercieron ese poder al interior de las diferentes sociedades americanas, es decir, las relaciones de poder y de dominio se dan desde Europa hacia lo externo, pero también desde los centros constituidos en América hacia sus órbitas de dominio e influencia. Concretamente, los criollos en la Colonia interiorizaban las concepciones que se producían en Europa para luego aplicarlas al interior de la Nueva Granada. Tal es el caso de la teoría del efecto de la naturaleza, especialmente el clima, sobre las costumbres de los pueblos de los diferentes continentes. Durante el siglo XVIII las potencias europeas empiezan a preocuparse por estudiar la geografía como una parte importante de la política, pues conociendo la geografía van a poder tomar medidas para controlar el espacio, el territorio, y por esto la ubicación es un asunto geopolítico fundamental para el control de recursos y de quienes habitan dentro de dicho espacio. Empiezan a desarrollarse en este sentido estudios de geografía, pero no libres de prejuicios. Así, los europeos sostenían que la tierra por ellos habitada era donde primero se había producido la vida y por este motivo ella era la superior vitalmente. En cambio, en América la vida se desarrolló tardíamente y por esto la debilidad de la vida en este continente, pues hasta los animales son más pequeños y débiles que en el “Viejo” Continente. Pero no sólo en América el desarrollo es desfavorable para los animales sino también lo es para la civilización (Castro-Gómez, 2005: 275-276; Hegel, 1994: 171). Incluso, sostenían los europeos, los colonos de ese continente al llegar a América se degeneran orgánicamente gracias a la atmósfera. Igual sucede con los criollos, que tan orgullosos y altivos se muestran frente al indígena: también sufren la degeneración climática. (Castro-Gómez, 2005: 276-278 y 293).

Los criollos en América tomaron atenta nota de estas ideas y adaptaron las teorías desarrolladas en Europa, pero les dieron unos matices bien particulares, rechazando por supuesto las partes de esas teorías en lo que no les convenía. Así las cosas, se encontraron que no todo el clima del “Nuevo Mundo” era malo para el desarrollo de la civilización. Ese espacio eran los Andes; el clima de los chibchas era pues bondadoso y permitía una mayor perfección física y moral de sus habitantes, contrario al clima de tierra caliente donde se generaba apatía y producía la pereza. Por este motivo la región de los Andes era en la que el Estado debía enfocar sus políticas (Castro-Gómez, 2005: 267-271).

Estas ideas, que fueron proyectadas hace varios siglos, más exactamente a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, no están tan alejadas de la forma como históricamente Colombia se ha desarrollado desde esa época hasta la actualidad. Antes bien, son explicativas. Basta con mirar la representatividad política que han tenido las diferentes regiones del país para darnos cuenta de que esas ideas aún perviven. Recientemente se presentó una estadística sobre el origen regional de los presidentes de Colombia desde el año de 1819 a la fecha y se planteó la siguiente pregunta: “¿Cómo negar que la historia presidencial del país se ha hecho, en una muy significativa parte, sobre el lomo de los Andes, asentados los pies en la alfombra capitalina?” (Periódico El Tiempo/Lecturas, consultado el 12 de mayo de 2009).

Lo anterior gira en torno a una diferenciación racista de la sociedad, presente de múltiples maneras desde la época de la Colonia. Para ello es importante tener en cuenta que algo característico en el peninsular que luego colonizaría a América era su hidalguía presente en todas las capas de la sociedad. Gustaban más de la vida caballeresca, con sus títulos y honores que del amor al trabajo, el ahorro y el afán por el dinero (Jaramillo, 2003: 7). Por esto, quien trabajaba en América en un comienzo era el indio y luego el negro producto de la introducción de esclavos traídos de África, sobre todo a partir del siglo XVII, debido a la gran disminución de los indígenas (Jaramillo, 2001, 5). En este contexto, para Francisco José de Caldas la raza blanca era la poseedora de todas las cualidades para el cultivo de la inteligencia y la moral. A ella le correspondía el “imperio de la tierra” (Castro-Gómez, 2005: 266), es decir, gobernar.

Posteriormente, en el siglo XVIII y ante el avanzado proceso de mestizaje y el aumento del grupo blanco, la importancia de la “limpieza de sangre” cobró gran valor (Jaramillo, 2001: 134-143). Es más, llamar a una persona mestiza o mulata se convirtió en un agravio, una ofensa y por eso los juicios penales y civiles por estas causas adquirirían gran trascendencia, pues las ventajas ofrecidas gracias a esa pureza de sangre se podían ver gravemente comprometidas. Esto operaba prácticamente para todas las instituciones sociales donde se ejercía una fuerte discriminación con el fin de conservar la homogeneidad del grupo blanco. La discriminación se presentaba hasta para constituir una familia, especialmente teniendo en cuenta la condición de quienes iban a contraer matrimonio. Asimismo, si se deseaba acceder a un centro de educación superior era preciso demostrar la limpieza de sangre, ya que si tenía la sangre manchada por la tierra le era impedido el acceso al que iba a estudiar o a quien pretendiera ser profesor en dichos establecimientos. En cuanto a oficios también operaba el mismo principio de la limpieza de sangre: los cargos burocráticos, aún en los niveles más bajos, eran ejercidos por nobles, los limpios de sangre, en cambio los trabajos manuales se tenían como propios de los plebeyos, categoría propia de mestizos, indígenas y negros.

Es decir, en el siglo XVIII operaba una discriminación en contra de los no blancos en prácticamente todos los niveles sociales. Muy probablemente ese desprecio por quienes no están dentro del grupo de los blancos sea la razón por la cual a Jorge Eliécer Gaitán se le calificara por parte de las clases gobernantes de su momento, a mediados del siglo XX, como «el Negro Gaitán».


A manera de conclusión

De lo anterior podemos resaltar la gran diferencia entre lo realmente ocurrido en la historia y las ideas que nos hemos formado acerca de esos procesos, lo cual puede crear situaciones paradójicas como lo es el hecho de considerar tales ideas como algo “natural”. A estas bien puede llamárseles mito, pues éste además de encontrarse alejado de la realidad empírica está en manifiesta contradicción con la misma. “El mundo que elabora parece un mundo enteramente fantástico” (Cassirer, 1996: 58). Pero a pesar de hallarse en discrepancia con la realidad el mito tiene una importancia social como lo advierte Eric Csapo cuando nos informa: “[El mito es] una narrativa que es considerada socialmente importante y que se cuenta de tal forma que permite que el colectivo social en su conjunto comparta el sentido de su importancia […] El hecho de que algunas historias tengan la pretensión de ser recibidas como verdad es sólo un signo de su importancia social. Las historias más importantes están rodeadas de mayor ceremonia y de mayores tabúes […] Que esa importancia sea “social” tiene también distintas consecuencias en términos de las diferentes formas que pueden tomar esos relatos… El mito es una función de la ideología social –Bruce Lincoln […] lo definiría como una “ideología en forma narrativa-”” (Morales, 2006: 49).

En este sentido, el mito es algo sin sustancia el cual puede ser “llenado” de cualquier contenido, pero ese contenido se presenta como algo “neutral”, pasa por ser un lenguaje despolitizado. El mito entonces no oculta nada; luce un ropaje de ingenuidad, dando así una apariencia natural e intemporal (Morales, 2006: 53).

Las ideas componentes del mito pueden alcanzar tanta fuerza que pueden formar “otra” realidad, o en las citadas palabras de Cassirer: “un mundo enteramente fantástico”. Las narrativas están condicionadas a que sean creídas por la sociedad, independientemente de si son verdaderas o no, y para esto se proyectan como excluyentes, pues deben eliminar todo tipo de contradicciones que afecten sus elementos constitutivos (Morales, 2006: 59).

A lo anterior y siguiendo a Nietzsche (2002: 352) podemos denominarlo “anhelo de certeza”, en la cual se pretende encontrar firmeza a nuestro pensamiento y a nuestro mundo, de lo cual está profundamente influida la corriente científico-positivista, sin necesidad de suministrar una fundamentación de esa supuesta solidez. Esta necesidad de seguridad nos lleva a renunciar a nuestra voluntad y autonomía, para someternos a otros que nos brinden certeza, verdad y confianza, representadas en un debes hacer esto o aquello o, lo que es peor, debes pensar esto y no lo otro. Por el contrario, “sería pensable una fuerza de la autodeterminación, una libertad de la voluntad, en la que un espíritu dice adiós a toda creencia, a todo deseo por la certeza, ejercitado, como está, para poder sostenerse sobre cuerdas flojas y débiles posibilidades y a bailar incluso al borde de abismos.”


Bibliografía

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Cassirer, Ernst. EL MITO DEL ESTADO. Fondo de Cultura Económica, Colombia, 1996

Castro-Gómez, Santiago. LA HYBRIS DEL PUNTO CERO. Ciencia, raza e ilustración en la Nueva Granada (1750-1816). Universidad Javeriana, Bogotá, 2005.

Engels, Friedrich. EL ORIGEN DE LA FAMILIA, LA PROPIEDAD PRIVADA Y EL ESTADO. Alianza Editorial, Madrid, 2008

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Ginés de Sepúlveda Juan. TRATADO SOBRE LAS JUSTAS CAUSAS DE LA GUERRA CONTRA LOS INDIOS. Fondo de Cultura Económica, México, 1996

Hegel, Georg Wilhem. F. LECCIONES SOBRE LA FILOSOFÍA DE LA HISTORIA UNIVERSAL. Tomo I. Altaya, Barcelona, 1994

Hobsbawm, Eric J. HISTORIA DEL SIGLO XX. Crítica, Barcelona, 2003

Hobson, John M. LOS ORÍGENES ORIENTALES DE LA CIVILIZACIÓN DE OCCIDENTE. Crítica, Barcelona, 2006

Jaramillo Uribe, Jaime. ENSAYOS DE HISTORIA SOCIAL. Ceso, Uniandes, Banco de la República, Icanh, Colciencias, Alfaomega, Colombia, 2001

Jaramillo Uribe, Jaime. EL PENSAMIENTO COLOMBIANO EN EL SIGLO XIX. Ceso, Uniandes, Banco de la República, Icanh, Colciencias, Alfaomega, Colombia, 2003

Koselleck, Reinhart. FUTURO PASADO. PARA UNA SEMÁNTICA DE LOS TIEMPOS HISTÓRICOS. Paidós, España, 1993.

Morales de Setién Ravina, Carlos (Estudio preliminar). En libro: LA INVENCIÓN DEL DERECHO PRIVADO. Monateri, P. G. y Samuel, Geoffrey. Universidad de los Andes, Pontificia Universidad Javeriana y Siglo del Hombre Editores, Bogotá, 2006.

Moreno-Durán, R.H. DE LA BARBARIE A LA IMAGINACIÓN. Ariel, Colombia, 1995.

Nietzsche, Friedrich. LA CIENCIA JOVIAL «la gaya scienza». Circulo de Lectores. España, 2002

Quijano, Aníbal. COLONIALIDAD DEL PODER, EUROCENTRISMO Y AMÉRICA LATINA. En libro: La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas Latinoamericanas. Edgardo Lander (comp.) CLACSO, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Buenos Aires, Argentina. Julio de 2000.

lunes, 27 de junio de 2011

Si el derecho fuera una ciencia y los legisladores unos científicos


Por SERGIO SALINAS (junio 2011)

Hace unos cuantos siglos hicieron su aparición las llamadas ciencias sociales, entre las que se suele ubicar el Derecho y al lado la historia y la sociología, entre otras. A la vez, estas ciencias tomaron como modelo a las ciencias naturales y su método científico las inspiró profundamente aunque entre unas y otras existan diferencias abismales.

Y si el Derecho es considerado como una ciencia bien vale la pena hacer un pequeño repaso por sus intersticios más recónditos. Es de aclarar que el Derecho posee tres grandes esferas siendo éstas la creación, la interpretación y su aplicación, pero en el presente nos vamos a limitar a la creación legislativa del Derecho. Para esto vamos a tratar de caracterizar a su creador por excelencia que heredamos de un acontecimiento de finales del siglo XVIII, conocido como la Revolución Francesa. Aunque somos plenamente conscientes que el Derecho no es igual a Ley, sino que lo supera de lejos, sí es necesario decir que nuestra tradición todavía considera al proceso legislativo como la columna vertebral del sistema jurídico, sin embargo en las últimas décadas ese dominio se ha visto amenazado, por lo menos en Colombia, especialmente desde los años noventa del siglo pasado luego de la expedición de la entonces nueva Constitución Política.

Parangonando las ciencias naturales con las sociales en su aspecto más general, podemos decir que en las dos hay científicos. Suponemos que éstos, en principio, se dedican a estudiar las leyes más generales de los procesos que ocurren, bien sea en la naturaleza o en el mundo físico para unos, y para los otros en el mundo social especialmente aquellas relaciones, conductas o actos a los cuales se les fija unos determinados efectos jurídicos para el caso de la ciencia del Derecho.

Pero al hablar de científicos sociales cuando queremos hacer referencia a los creadores de las leyes, tropezamos con una tradición la cual ha optado por no denominarlos de esta manera sino guardar para ellos un nombre especial y es el de Congresistas o a veces mal llamados Parlamentarios, cuando se utiliza este nombre en un país que carece de un sistema de este tipo y posee en cambio un modelo presidencialista. He aquí entonces el primer obstáculo, al menos formal, para que la ciencia del Derecho obtenga un status o jerarquía similar al de las ciencias naturales.

En cuanto a su elección, el proceso es bien diferente para unos y otros. En efecto, para que un científico llegue a alcanzar una posición de tal es necesario una larga trayectoria que va desde estudiar en diversas universidades, realizar investigaciones en laboratorios, publicar los resultados de sus investigaciones en revistas de gran prestigio, por solo mencionar algunos; en cambio, para elegir a los “científicos del derecho” o Congresistas es necesario realizar una campaña política que puede llegar a costar, por lo menos dos mil millones de pesos, la cual es financiada en muchas ocasiones por grandes intereses privados y, también, para su elección deben tenerse en cuenta diversas “herramientas” de que se valen los candidatos como lo es manipular y engañar a los votantes, o amenazarlos como ocurrió -y muy seguramente seguirá sucediendo en la actualidad- en las zonas de influencia de grupos armados ilegales como los denominados paramilitares, los cuales reconocieron públicamente que cerca del treinta por ciento de los congresistas electos tenían vínculos con estos grupos ilegales y por lo cual muchos de estos políticos están hoy en la cárcel, escándalo conocido como parapolítica.

Por otro lado, a los científicos del Derecho les pasa algo similar a lo ocurrido con los físicos del siglo XIX: sus creaciones se quedan en simples elucubraciones, un éter soñado que nada tiene que ver con la realidad y en muchas ocasiones la contradice. Al ver la cantidad de leyes que se han proferido desde que se expidió la Constitución de 1991, las cuales se acercan a las mil quinientas en aproximadamente veinte años no queda otra imagen que la de la superinflación legislativa, y que los Congresistas diseñan y quieren –de buena fe, así lo creemos- la transformación del país desde un recinto cerrado y hermético a la opinión pública pero sobre todo de espaldas a la realidad.

Si existe alguna duda al respecto no es sino escuchar a la actual Fiscal General de la Nación, Viviane Morales, quien dijo por ejemplo en una entrevista concedida a la periodista María Jimena Duzán que la política criminal existente en el país es incoherente y sobre todo, dice la Fiscal del sistema penal colombiano: Yo le diría más bien que estamos ante un sistema que hemos hecho a retazos. De retazos es como están diseñadas las leyes en Colombia, si queremos generalizar la expresión citada, pues basta con apenas leer el texto de una Ley recién expedida y ya ésta está modificando otra publicada apenas unos dos o tres meses atrás.

Lejos estamos de la pretensión de Max Weber, cuando escribió que las leyes (jurídicas) se irían a convertir en algo nada sofisticado, pues no era sino que los Congresistas para expedir una Ley se basaran en investigaciones previas desarrolladas por las ciencias sociales que les servirían de auxiliares al proceso legislativo. Nada más lejano a eso es lo que acontece en Colombia.

Además de lo anterior hay que agregar la captura del Congreso por los intereses privados, maniatándolo y quitándole todo el poder que supuestamente tiene la “cuna de la democracia”, pues si esto fuera cierto debería servir de espacio para discutir la realidad que nos rodea y que las leyes fueran el resultado de esta discusión donde el mejor argumento fuera el que triunfara. Eso sería el deber ser ¡pero del ser al deber ser hay tanta distancia!.

Esos intereses privados son los que tienen prisionero al Congreso hasta tal punto que Luis Carlos Sarmiento Angulo, reconocido como el banquero más grande del país, participa en redacción de leyes, y el propio Sarmiento Angulo se siente orgulloso de que en muchas de ellas hay artículos redactados por él, según el artículo EL REY MIDAS publicado por la Revista Semana el 28 de noviembre de 2009. Unos de los artículos de los que probablemente se sienta orgulloso el señor Sarmiento Angulo podría ser los de la Ley 789 de 2002, por la cual se modificaron algunos artículos del Código Sustantivo del Trabajo, relacionados con la jornada laboral y la retribución por el trabajo de horas extras donde ahora el empleado trabaja más pero devenga menos salario que antes de dicha reforma. Esa podría ser una explicación de lo orgulloso que se siente el banquero más grande del país y asimismo uno de los mayores empleadores. El problema es qué nombre darle a este señor que hace leyes y no es un Congresista o un “científico del Derecho”; probablemente se exprese correctamente la realidad de nuestro país si lo denominamos como un Para-Congresista.

Por eso, mientras existan personas o grupos por encima de intereses públicos supremos, a manera de ejemplo, la desigualdad que agobia a este país, donde según el artículo de la Revista Semana titulado DESIGUALDAD EXTREMA publicado el 12 de marzo de 2011, Colombia es el país más desigual de América Latina y el cuarto en el mundo, es muy complicado, prácticamente imposible, superar esta situación que a todos nos afecta.

Precisamente a eso deberían dedicarse los “científicos del Derecho”: a estudiar, si es que lo hacen, las leyes más generales de la sociedad y los problemas concretos que afectan a este país para encontrar las soluciones que nos encaminen hacia una integración social, lograr cohesionar el entramado social y de esta manera se haga posible una sociedad más justa, o por si acaso menos injusta. Lo que obtienen, en cambio, es llenar sus bolsillos de dinero que miserablemente obtienen a costa de los ingenuos que votan con la ilusión de que dichos políticos van a cambiar la realidad tan amarga para la mayoría de la población, y tan dulce y satisfactoria para unos pocos privilegiados que viven a costa del trabajo y de los sueños y esperanzas de la mayoría.

De lo dicho podemos deducir muchas cosas, pero especialmente que el Derecho -por lo menos desde su creación legislativa- para ser considerado una ciencia presenta muchas deficiencias, tal vez insuperables, y a eso se suma que la realidad social cambia constantemente y que si no se la estudia con seriedad no se deja aprehender, y menos cuando se la observa con una visión simplista y cuando no hay ninguna intención de solucionar verdaderamente las problemáticas de este país. En lo que probablemente se parece la “ciencia del Derecho” con las otras ciencias y especialmente las naturales es que todas tienen objetos para experimentar con sus teorías, cualquiera sea la definición que de ésta se dé, pero mientras las segundas experimentan con objetos que extraen de la naturaleza o debidamente seleccionados, en contraste la “ciencia del Derecho” por lo menos en Colombia, está experimentando con más de cuarenta millones de seres humanos y sin fijar el horizonte al que debemos llegar. Marchamos sin rumbo, como en una nave perdida en alta mar y donde nadie sabe la dirección a tomar, y además la brújula está gravemente descompuesta.

domingo, 22 de mayo de 2011

El difícil sendero hacia el Estado Social de Derecho



Por SERGIO SALINAS (Mayo 2011)

Antes del 7 de julio de 1991 imperaba en Colombia el Estado de Derecho, pero con la expedición de la Constitución de ese año se empezó a hablar de Estado Social de Derecho. La concepción político-jurídica en que descansa uno y otro son bien disímiles, pues mientras en el Estado de Derecho impera la legalidad a ultranza con la característica bien marcada hacia la formalidad y su concepción frente a la Constitución es que las normas que ésta contiene son programáticas, de carácter político, debiendo realizarse de manera progresiva, dejando así a la voluntad de los gobernantes su implementación.

Otra cosa es lo que sucede con el Estado Social de Derecho, inspirado por el Constituyente de 1991 a partir de sistemas jurídicos foráneos, donde el principio de legalidad y seguridad jurídicas ya no son el fundamento más importante al interior del Estado, sino que lo primordial es alcanzar un orden social y político justo, basado en el respeto y la defensa de los derechos humanos, pero como lo señala el profesor Oscar Dueñas esos derechos antes se fundamentaban en la separación del concepto tradicional de derechos fundamentales en donde sólo se trataban las libertades individuales y los derechos políticos. Actualmente no es un disparate agregar otra dimensión: los derechos de prestación, que implican la satisfacción de las necesidades básicas de la población. Sin embargo, ha de tenerse presente que en cada momento histórico y según la capacidad financiera y la disposición institucional esos cometidos serán alcanzados.

A pesar de hablarse de Estado Social de Derecho como una especie de institución única, lo cierto es que debería más bien plantearse el término en plural. Cada país y cada pueblo entiende –y de hecho es lo que sucede- el Estado Social de Derecho de un modo diferente, de manera que si por ejemplo algunos países latinoamericanos se autodenominan Estados Sociales de Derecho inspirados en ciertos Estados europeos como el alemán o español, esto no significa que sean iguales pero tampoco que los segundos sean la norma a seguir por los latinoamericanos, sino que cada uno debe buscar y encontrar la mejor forma de llevar a cabo esos principios caracterizadores de los Estados Sociales de Derecho.

Lo dicho no es óbice para que los países latinoamericanos tengan aún más camino que recorrer que el caso alemán o español mencionados, pues somos plenamente conscientes de las carencias de los Estados latinoamericanos que de manera casi general se los denomina como Estados deficitarios pues ni siquiera han alcanzado un control efectivo del monopolio del poder y de la fuerza dentro de sus fronteras, y que día a día deben disputarle el poder a grupos de tipo supra-estatal, para-estatal o hasta contra-estatal, lo que dificulta su tarea de erigirse en estas repúblicas verdaderos Estados Sociales de Derecho.

Pero esto no significa que no haya experiencias que con ciertas reservas han dado resultados positivos. En el contexto colombiano una institución nacida simultáneamente con la denominación de la República de Colombia como un Estado Social de Derecho es la Acción de Tutela, creada por el constituyente del 91 para que los derechos fundamentales consagrados en la Carta no fueran mera retórica, ha sido uno de los mecanismos más efectivos para proteger los derechos fundamentales en un país donde se lanzan fuertes críticas a la administración de justicia por no ser eficiente, y por vía de tutela ha habido respuesta oportuna a parte de ese malestar, hecho que ha cobrado relevancia con el desarrollo jurisprudencial de la Corte Constitucional. No obstante, debe aclararse que si bien es cierto la Acción de Tutela ha logrado un avance significativo hacia el Estado Social de Derecho no es esta la única vía; es más bien un síntoma de que las cosas están fallando el que se recurra tan frecuentemente a ella.

Simultáneamente con la aparición en Colombia del discurso jurídico-político del Estado Social de Derecho ha irrumpido otro discurso denominado globalización (una de sus expresiones es el neoliberalismo), de dimensiones planetarias, el cual mina las bases del Estado Social de Derecho, pues sostiene que en éste último el Estado interviene en asuntos que debieran dejarse al libre juego de las fuerzas, es decir al sector privado, por ser supuestamente el más competente y eficiente. Para esto se ha venido presionando especialmente por parte de las empresas transnacionales e incluso de los países centrales a través del Consenso de Washington a los gobiernos de la periferia para que privaticen empresas que están siendo manejadas por los Estados y que no fueron privatizadas en las anteriores décadas, empresas que por cierto son muy rentables.

Otro poder que trata de imponerse y hace peligrar al incipiente Estado Social de Derecho en su versión colombiana es el de los grupos armados al margen de la ley, ya sean beligerantes, paramilitares o paraestatales, o de delincuencia común organizada ahora mal llamadas “Bandas Criminales” (Bacrim). Igualmente o tal vez más dañinos son los corruptos que se apoderan de las principales instituciones estatales y desde allí no buscan proteger y velar por los intereses sociales y públicos sino que luchan por sus propios y obscuros intereses o el de sus camarillas. Esto se hace más peligroso cuando unos y otros forman alianzas non sanctas, acumulando el poder suficiente para desviar con total impunidad los principios que guían a las instituciones públicas, defraudando así los intereses sociales y convirtiendo al Estado Social de Derecho en una mera ilusión, en verdaderos cantos de sirena.

De manera que si junto a las denominaciones normativas como es el caso del Estado Social de Derecho colombiano, tan plausible como necesario, no hay una verdadera realidad social e institucional capaz de soportar y dar fundamento a esos propósitos, los anhelos se desvanecen y las expectativas se acortan, defraudando intereses sociales primarios. El riesgo que esto implica es que la gente no crea en las instituciones implantadas y desconfíe de las nuevas, haciendo cada vez más difícil superar la situación anómala, la cual en muchas veces se ve como algo normal o al menos como algo que debe soportarse por ser muy difícil superarla, quedando así legitimada la oprobiosa y abrumadora realidad, una realidad cada vez más inequitativa e injusta la cual beneficia a unos pocos a costa de la gran mayoría de la población.