Por SERGIO SALINAS (abril 2020)
Las pandemias no son
nuevas en la historia; de ellas tenemos información gracias a los múltiples registros
que poseemos. A manera de ilustración, la Peste Antonina (165-180), la Plaga de
Justiniano (541-542), la Peste Negra (1347-1351), la Gripe Española
(1918-1919), y muchas más, dejaron su estela de muerte y desolación por donde pasaron.
La actual
pandemia, una especie de coronavirus (Covid-19), denominada así por su forma de
corona de puntas es, al parecer, uno de los virus de más fácil transmisión
entre humanos, por lo que a los pocos meses de haberse detectado ya se cuentan
por millones los contagiados en casi todos los países y el número de
muertos asciende a miles.
Aún no se puede
determinar cuál será la cantidad de víctimas mortales que se pueden presentar,
teniendo en cuenta que incluso países que se creían con sistemas sanitarios con
buena capacidad de respuesta como Italia, España, Estados Unidos y Francia, no
dan abasto para atender a sus enfermos. Eso sin contar con que todavía está
empezando a infectarse la población de Estados con sistemas de salud débiles y
con grandes problemas socioeconómicos.
Para nuestro infortunio,
la actual pandemia no pudo tener unos escenarios más propicios para propagarse.
Éstos son en especial: 1) la globalización de los medios de transporte, 2) los
problemas ecológicos cada vez más críticos, 3) la desigualdad extrema y
creciente, 4) la producción focalizada y desnacionalizada y 5) la falta de gobernantes
que se tomen en serio el problema y lideren la búsqueda de soluciones novedosas
e integrales en coordinación con las instituciones, las organizaciones y el
mayor número posible de integrantes de la sociedad.
1) La globalización de los medios de
transporte
Vivimos tiempos
paradigmáticos. En esta época, a diferencia de anteriores, los seres humanos
consideran que no deberían morir en el mismo lugar donde nacieron; tal vez
nunca se ha presentado esto de manera absoluta. Pero hoy las personas se desplazan a una escala sin precedentes, gracias al desarrollo vertiginoso de la
economía global, la industria de los diversos medios de transporte, la masificación
de los pasajes y la multiplicación exponencial de las conexiones entre los diferentes
países, allanado en parte por la industria del turismo global. También debe
tenerse en cuenta, aunque en menor medida, que la industria cultural permite intercambios culturales y hace posible la movilidad de las personas.
Ese mayor tránsito
de las personas por el orbe facilita el aumento de los intercambios económicos,
culturales, epistemológicos y en general de toda índole. Sin embargo, esa
interacción a gran escala también hace factible que los riesgos que antes eran
latentes, ahora se conviertan en reales, en especial en lo concerniente a la
rápida y extendida transmisión de enfermedades.
Preciso, la crisis
sanitaria que en este momento se presenta, denominada pandemia originada por el
virus Covid-19, descubierta en la ciudad de Wuhan, provincia de Hubei de
la República Popular China, al parecer entre octubre y noviembre de 2019 con
ocasión de la muerte de varias personas por una neumonía que no pudo ser clasificada
en los anteriores coronavirus Síndrome Respiratorio Agudo Grave (SRAG) y Síndrome
Respiratorio de Oriente Medio (MERS-CoV); eventos que fueron reportados
de manera oficial a la Organización Mundial de la Salud (OMS) entre el 12 y el 29 de
diciembre de 2019. El nuevo virus se extendió de manera rápida, en un inicio por otras
provincias del país, y luego por las naciones vecinas como Tailandia (13 de
enero de 2020), Japón (16 de enero), hasta llegar a países lejanos como Estados
Unidos (21 de enero) y Francia (24 de enero).
Gracias al
desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación el 12 de
enero de 2020 las autoridades chinas lograron hallar y compartir la secuencia genética del
nuevo virus para que los países crearan los respectivos kits de diagnóstico.
Dado lo anterior,
era cuestión de tiempo para que la enfermedad, que comenzó en China y que tuvo
su epicentro inicial en Wuhan -cobrando la vida de miles de personas y el
confinamiento de millones de ciudadanos, lo cual resultaba atípico e incluso
criticado desde la lejanía de Occidente-, se transportara a otros lugares y el
nuevo foco del virus fuera cambiando de un país a otro en cuestión de pocas
semanas como aconteció con Italia, luego España y ahora Estados Unidos, donde los
referidos países han visto congestionados sus sistemas de salud hasta el punto
de saturarse en unos pocos días, teniendo más víctimas de lo calculado en un
principio, desconociéndose lo que ocurrirá en el futuro pues, como se dijo, no
se sabe cuáles van a ser las consecuencias en los mencionados países ni en los que
todavía no se ha llegado a un nivel crítico en los sistemas sanitarios.
Pese a los diversos controles sanitarios que se implementaron
en las fronteras y aeropuertos a lo largo del mundo, no obstante la enfermedad
llegó a los confines más remotos de la tierra, gracias a la movilidad de
pasajeros y a que el Covid-19, hasta donde se tiene conocimiento, se puede
transmitir por personas asintomáticas, haciendo mucho más difícil la detección
y control del virus que no reconoce ninguna frontera.
2) Los problemas ecológicos son cada
vez más críticos
El año 2020 comenzó con la lúgubre noticia del incendio de
miles de hectáreas de bosques en Australia y con la rememoración de los grandes incendios en
la Amazonía el año pasado, acicateados por el presidente de Brasil que no tiene
otro referente que no sea proteger a la clase terrateniente y agroindustrial de
su país en perjuicio del medio ambiente, en especial de los bosques
tropicales de la Amazonía.
Los bosques cobijan cerca del 30,7% de la
superficie de la tierra, esto es un aproximado de 4.000 millones de hectáreas,
en las cuales viven alrededor del 80% de todas las especies terrestres de
animales, plantas e insectos[1]. Sin embargo, son cada vez
más los problemas que esos bosques enfrentan por razón de los intereses
económicos que los pretenden y a la tala cada vez más intensa para fines que
van desde ampliar la agricultura, aumentar la producción agroindustrial y la
exportación de madera y productos minerales.
En realidad, las normas internacionales aprobadas con el
fin de proteger los bosques no han demostrado eficacia, tal vez sea porque no
ha sido viable expedir normas que regulen en forma íntegra el asunto.
Ante esa ambivalencia y la falta de instituciones
globales o regionales que hagan posible contener la pérdida de
vegetación, a lo que se suma que algunos gobiernos expresan sus buenas
intenciones al respecto pero sus acciones no son suficientes para detener el
avance del problema, situación que es aprovechada por las economías ilegales y
en otras oportunidades los propios gobiernos promueven de modo abierto la
deforestación.
Este último es el caso de Brasil con la llegada del Jair
Bolsonaro, un político de origen militar, que de manera insistente ha afirmado el
dominio del país sobre la Amazonía. Acto seguido expresó su intención de
explotar la biodiversidad de esa zona, suponiendo de forma errada que de la
Amazonía se pueden extraer recursos naturales de manera ilimitada. Además, dicho
mandatario ha venido socavando el poder de las instituciones encargadas de salvaguardar los bosques tropicales y anunciado la voluntad de
desmantelar los territorios indígenas amazónicos protegidos, pues considera que
los indígenas son un obstáculo para que la agroindustria pueda avanzar,
considerando necesario ocupar esas tierras donde los nativos están asentados.
Una consecuencia de no cuidar los bosques es la deforestación.
Éste es preciso uno de los grandes problemas que enfrenta China, pues a
comienzos de los años 90 del siglo pasado el país contaba con una masa forestal
de solo 14% del total de su superficie, lo que provocaba grandes desastres
naturales afectando a la población y su economía, por lo que desde entonces las
autoridades resolvieron emprender programas de siembra de árboles, clausura de
zonas protegidas para su regeneración y la reconversión de zonas agrícolas en
forestales[2].
Esa creciente deforestación en el mundo ha ocasionado que
se pierda el hábitat de los animales, haciendo que estos deban ahora convivir
con los humanos, lo que se va incrementando cada vez más.
Dentro de esos animales que han perdido su
hábitat están los murciélagos, el principal sospechoso de albergar el virus
causante del Covid-19. Como lo sostiene el epidemiólogo del Instituto de
Investigación de la Biodiversidad (IRBio) de la Universitat de Barcelona Jordi
Serra-Cobo, “Inmunológicamente, los
murciélagos están preparados para combatir virus. Son especies que aparecieron
en el planeta hace unos 64 millones de años y que han desarrollado adaptaciones
singulares para protegerse de los virus. Su organismo está permanentemente en
prealerta para combatir a los virus. Por eso, las concentraciones de virus que
circulan en su cuerpo son bajas…”
Sin embargo, como lo indicó el experto antes mencionado,
cuando los murciélagos se ven en peligro, ya sea porque sufren la caza o
pierden su hábitat, se estresan, permitiendo que su sistema inmunológico se
debilite, por lo que les resulta difícil resistir a los patógenos, haciendo
factible que las infecciones prosperen en su sistema y, dada la creciente
interacción con los humanos, aumenta la probabilidad de transmisión del virus.
Se piensa que el virus Covid-19 fue transmitido por un
murciélago a otro animal, que es probable sea el pangolín malayo del sur de
China, que en un lugar como el mercado de carnes de Wuhan (China), donde se
comercializan animales salvajes en pésimas condiciones, pudo ser el escenario
propicio para la transmisión de enfermedades entre los animales y luego
infectar a los humanos que, como se dijo, por la gran interacción local/global
hizo que la infección se expandiera de mamera rápida por el mundo.
3) La desigualdad extrema y creciente
Es una opinión generalizada que cuando se tienen
dificultades de salud, éstas pueden ser enfrentadas y muchas veces superadas si
se cuenta con medios económicos. Aunque ello no significa que el dinero pueda
comprar la vida o siquiera prorrogarla. Cuánto dinero no hubiese dado por
ejemplo Steve Jobs para que hubiese vivido por lo menos unos meses más; se sabe
que cuando él murió era poseedor de una de las mayores fortunas del mundo.
Por supuesto, cuando se tienen suficientes recursos
económicos, la enfermedad se puede enfrentar de muchas maneras como acceder a
médicos muy calificados, contar con los elementos necesarios y, si es el
caso, viajar a otros lugares en busca de expertos para tratar los quebrantos de
salud. De igual modo, quienes tienen dinero pueden huir a donde quieran con el fin de ponerse a salvo de las guerras y
de algunas enfermedades.
Por estos días se ha escuchado de millonarios
estadounidenses que disponen de refugios subterráneos suntuosos para, si es
su deseo, pasar el tiempo que sea necesario lejos del peligro del contagio de
enfermedades infecciosas como el coronavirus. Es un lujo que sólo pueden darse
unos pocos privilegiados[3].
Otros, en cambio, como los europeos prefirieron irse a
sus casas de descanso, con lujos inimaginables, para disfrutar de las medidas de confinamiento impuestas por las
autoridades para controlar la pandemia por Covid-19. Ése fue el caso de los
parisinos que se fueron a la isla de Noirmoutier, ubicada en el océano
Atlántico. Al igual que figuras políticas como José María Aznar, ex presidente
de España, se desplazaron a sus casas de recreo en Marbella a pasar los días de
cuarentena, el mismo día que Madrid ordenó el cierre de escuelas y
universidades[4].
La decisión de esas personas pudientes de irse de las
ciudades donde en forma habitual residen es clara demostración de su carácter
exclusivo y excluyente, pues solo unos pocos tienen tales prerrogativas.
El privilegio del que gozan unos cuantos, también se
traslada a las redes sociales cuando se publican por parte de algunas personas
fotos presumiendo sus ostentosas propiedades con grandes jardines, balcones,
piscinas, mascotas y comidas en abundancia, mientras que los demás apenas
tienen una pequeña porción de esos bienes, si acaso cuentan con algo.
Al respecto, la reflexión de la escritora Hadley Freeman
en The Guardian resulta interesante:
“Aquellos que llevan demasiado tiempo en
las redes sociales tienen arraigado en su instinto el hacer saber a la gente
que viven una vida mejor que la de ellos. Esto puede parecer ilógico, porque
todos sabemos que –desde Mick Jagger hasta tu madre– nos pasamos el tiempo en
el sofá viendo Tiger King. Pero ese instinto es especialmente fuerte en tiempos
de estrés y ansiedad, en los que nadie sabe si está haciendo lo correcto. ¿Y sabes cuál es una gran forma de sentirte
mejor con tu situación? Hacer que otra gente se sienta mal con la suya”[5].
La opulencia que saborean unos pocos a costa de la
mayoría se puede manifestar en forma odiosa en la forma que se expuso en Global Wealth Report de Crédit Suisse, en su décima edición,
según el cual el 45% de la riqueza global está en poder del 1% más
rico[6]. Cifra que crece cada vez
más, pues de acuerdo con Oxfam, en el año 2017 el 1% de los más ricos se
apoderó del 82% de la riqueza que se generó en el mundo[7].
Pese a lo expuesto, en el caso de Estados Unidos, el país
más poderoso del mundo, las cargas impositivas a los millonarios son cada vez
menores, dado que "Los
multimillonarios estadounidenses han pasado de pagar un 70% de sus ingresos
totales en 1950 a un 47% en 1980 y un 23% en 2018"[8], cifra escandalosa que ha
hecho que un grupo de 19 de los más acaudalados solicitaran que los gravaran
con más impuestos, petición fundada por uno de ellos en que: “Somos parte del problemas, hacednos pagar
impuestos” (sic)[9].
Ahora, en contraste con los millonarios que salen a
pasear a sus viviendas de veraneo y a gozar de sus ventajas en plena cuarentena
por el Covid-19, la mayor parte de la población no tiene la oportunidad de
alejarse a su antojo a lugares distantes y con lujos inconcebibles. Son muchas
las personas que apenas sobreviven con lo que se ganan día a día o que sus salarios
o ingresos apenas les alcanza para obtener lo necesario para su subsistencia.
En otros casos, ni siquiera tienen los bienes más
elementales como una vivienda o alimentación adecuada. En este sentido, se
calcula que cerca de 1.600 millones de personas, cerca del 20% del total de la
población mundial, no cuentan con viviendas adecuadas y que por lo menos unas
150 millones de personas no tienen un hogar donde pasar la noche y protegerse
de la rigurosidad de las condicionales climáticas. El problema no es ni
siquiera propio de los países más pobres sino que afecta también a los
más desarrollados como Estados Unidos donde en la ciudad de Los Ángeles
existe una población sin techo de 36.000 y en Nueva York esa cifra asciende a
80.000; en el Estado de California, mientras tanto, los sin techo que deambulan por las calles podrían sumar 108.000 y en
general la cifra de los que no tienen una vivienda se acerca a los 150.000[10][11].
Así mismo, los estadounidenses no cuentan con una
cobertura universal en salud, haciéndolos vulnerables a este tipo de pandemias.
Existen al menos unas 27,5 millones de personas sin seguro médico, cifra baja
comparada con la del año 2010 (46,7 millones), cuando se aprobó el Obamacare, pero que con la llegada de
Donald Trump a la presidencia la cantidad de las personas sin seguro ha ido en
aumento[12]. A lo que se suma que los
estadounidenses que no tienen derecho a disfrutar de una licencia obligatoria
por enfermedad con remuneración, por lo menos a nivel federal, los cuales
ascienden a 30 millones[13].
Entretanto, en el mundo la situación resulta infame, ya
que al menos la mitad de la población mundial no tiene acceso a los servicios
médicos esenciales y cerca de 100 millones de personas caen en la pobreza al
tener que cubrir con sus propios recursos gastos sanitarios[14].
En cuanto a los que padecen hambre, en un mundo cada vez
más desigual, esa ignominia no da tregua. El universo de los derechos, del
fetichismo a la mercancía y de mal llamada "sociedad de la información", como si la gente pudiera
alimentarse de datos y de la interacción
entre máquinas, no es en realidad el reino de la felicidad. Es el planeta
de la desigualdad y de la vanidad, el reino del consumo y de la falta de
solidaridad. Es el de un mundo cada vez más egoísta hasta tal punto que la
interacción sexual, uno de los aspectos más íntimos y privados del ser humano,
además de placentero, se ha ido desplazando a la libido de la interacción entre
el ser humano y la máquina. Eso ocurre al parecer con las nuevas generaciones
de jóvenes de países como Japón, Estados Unidos entre otros[15][16][17].
Con razón es que al parecer las relaciones ya no se dan en forma exclusiva entre los seres humanos, sino entre éstos y las cosas.
Mientras, la amenaza a la humanidad más que cualquier coronavirus
del que se tenga noticia no proviene de la naturaleza sino de la enorme
desigualdad en el acceso y distribución de los recursos que se generan. Por
eso, resulta engañoso, falaz, echarle la culpa al clima del hambre que se
padece en el mundo[18]. Con las políticas
adecuadas y con el apoyo de países y organismos internacionales se puede sufrir
por el daño de las cosechas pero no morir de hambre[19]. Por lo demás, cuando las
hambrunas son producto, además de la desigualdad en la distribución de los
bienes, del cambio climático lo razonable es que los organismos internacionales
presten el apoyo necesario a los países afectados y, entre otras medidas, se
cree un fondo internacional para enfrentar este tipo de problemas que no son
originados por un país sino que provienen de factores que escapan en su mayoría
a las políticas domésticas.
La realidad es que el hambre acecha a la humanidad.
Cerca de 820 millones de personas padecían hambre en el mundo en el año
2018, según el informe El estado de la seguridad alimentaria
y la nutrición en el mundo 2019 de la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO),
dato revelado luego de que hasta el año 2015 se hubieran logrado avances en la
disminución de la hambruna. La situación era preocupante para la FAO en 2019,
al manifestarse en dicho informe que "El
hambre está aumentando en casi todas las subregiones de África, la región con
la prevalencia de la subalimentación más elevada, situada en casi el 20%.
También está aumentando lentamente en América Latina y el Caribe, aunque la
prevalencia en la región todavía se sitúa por debajo del 7%. En Asia, donde la
subalimentación afecta al 11% de la población, Asia meridional ha experimentado
grandes avances en los últimos cinco años, pero todavía es la subregión con la
prevalencia de la subalimentación más elevada, situada en casi el 15%, seguida
de Asia occidental, con una tasa superior al 12%, donde la situación está
empeorando."
Lo malo es que
"Estas historias de hambre, en la
era de la inteligencia artificial y del Internet de las cosas, se repiten en el
Sahel, Afganistán, el sur de África, Bolivia, Etiopía..."[20]
Con la actual
crisis por el coronavirus, por desgracia, esas cifras podrían explotar de manera dramática considerando que la economía mundial está sufriendo una crisis
no vista desde hace casi 90 años, a menos que los países tomen medidas
inmediatas para revertir la situación de por sí compleja y se brinde el apoyo
necesario para que los pueblos que padecen estas dificultades puedan
superarlas, lo que por el momento no se ha dado. Cada Estado mira primero sus propios
intereses y, en última instancia, se fija en las dificultades de los demás y lo
hacen al parecer cuando la situación ha escalado a niveles vergonzosos.
En esas circunstancias tan complejas, la vulnerabilidad
de las personas en medio de la pandemia de coronavirus se hace aún más
incierta.
La decisión de enviar a cuarentena a más de la mitad de
la población mundial, más de 3.900 millones de personas, por causa del
Covid-19[21], hace necesario que se
tomen medidas rápidas por parte de los países afectados para garantizar que las
personas que no cuentan con un plato de comida, lo tengan, protegiendo a los
más vulnerables como los niños, las minorías, las personas en condición de
discapacidad y las poblaciones que en todo caso no logren generar recursos para
su autoabastecimiento, implementando medidas novedosas, equitativas y
promoviendo la solidaridad desde los que más tienen a los de menos recursos
porque en la mayoría de los casos el problema no es la falta de recursos sino
su pésima distribución.
4) La producción focalizada y
desnacionalizada
“Me gustaría sugerir que esta tendencia,
lejos de ser la maduración progresiva de una economía madura y algo que haya
que apoyar, es destructiva. Porque, a largo plazo, una economía que pierda su
base industrial ha perdido su centro vital. Una economía basada en el sector
servicios no tiene fuerza motriz. Así, la complacencia respecto a pasar de la
industria al abrigo de los servicios de alta tecnología, en los que los obreros
se sientan delante de un ordenador e intercambian información todo el día, está
totalmente fuera de lugar. Esto se debe a que sólo la industria crea algo
nuevo, elabora productos cuyo valor es superior al de las materias primas de
las que están hechos. Tendría que ser obvio que en una economía los servicios
son subsidiarios y dependientes de la industria”
La anterior cita se atribuye al que fuera presidente de
Sony, Akio Morita, en donde critica que, en la economía, se prefiera al sector
servicios sobre el industrial.
Si bien es cierto que lo anterior puede ser cuestionable,
como quiera que las principales economías en la actualidad están sustentadas en el
sector de los servicios que aporta de manera significativa a la economía; pero la
industria produce bienes que en determinados casos pueden ser fundamentales
para atender necesidades materiales de un país, sin depender en gran medida de
terceros.
En especial, en estos tiempos de coronavirus se ha visto
que la escasez de elementos médicos para atender la pandemia ha sido
preocupante y que los países dependen en alto grado de China para
abastecerse.
Preciso, el proceso de desindustrialización de
Occidente ocurrió en el último cuarto del siglo XX, donde su lugar lo va a
ocupar en adelante China, el país más industrializado del globo, que se ha
calificado como "la fábrica del
mundo", desde donde se ha dado un paso cualitativo al pretender cambiar el lema de "Fabricado en
China" por el de "Creado en
China"[22].
El problema es que cuando se presenta la pandemia por el
Covid-19 la mayor parte de la industria mundial está asentada en China; en
tanto que los países poderosos de
Occidente como Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Italia y España poseen
industrias variopintas, pero en todo caso sin la suficiente capacidad para
atender la demanda creciente de su población.
Mientras tanto, China es ahora el mayor productor del
material necesario para atender la emergencia. Es el caso de las mascarillas[23] y respiradores
artificiales, entre otros.
Esa situación de desabastecimiento de material médico ha
hecho que, incluso Estados Unidos, el país más rico, hubiere ejecutado acciones
desleales con sus socios europeos, como Francia y Alemania; y provocado el
enfrentamiento entre países europeos como Francia, España e Italia. Es más,
para empeorar los problemas y ver el grado de desesperación en que han entrado
las potencias, se ha acusado a Estados Unidos de pagar en efectivo insumos
médicos que habían sido adquiridos al comienzo por Alemania[24][25][26].
Por eso será que se dice que lo peor del ser humano sale
a relucir en las grandes crisis; parece que esto es lo que en la actualidad ocurre
debido a que los países se están apropiando en forma indebida de elementos médicos
adquiridos, en general, en China, con métodos propios más de piratas o de
ladrones que de gobernantes. Con razón es que ante la inesperada situación de
que un avión que transporte insumos médicos y este aparato realice escala en
algún aeropuerto, se corre el riesgo de que la mercancía sea "decomisada" por las autoridades del
país de tránsito. Además, se acusa a los países más poderosos de comprar a gran
escala dichos productos dejando a la población de pequeñas naciones a la
deriva. Se está aplicando la ley del más fuerte. O como lo dijo el ministro del
interior alemán, Andreas Geisel, "Consideramos
que esto es un acto de piratería moderna"[27].
A lo anterior se agrega que cuando las potencias
occidentales quieren acelerar la producción de ventiladores artificiales, se
tropiezan con que las piezas son fabricadas en diferentes países y que las
cadenas de suministro de dichas piezas se encuentran a la fecha interrumpidas[28].
La desesperación
de Estados Unidos ha llegado al extremo de invocar la Ley de Producción de
Defensa de los tiempos de la Guerra de Corea para obligar a las empresas, en
especial a General Motors a producir material sanitario como respiradores.
5) La falta liderazgo político
La cuarentena en la que se encuentra más de la mitad de
la humanidad por el Covid-19, hace evocar sin lugar a dudas a Michel Foucault,
el estudioso que analizó en profundidad las sociedades sometidas a regímenes de
vigilancia y dispositivos disciplinarios. Él tomaba el ejemplo de los leprosos
de hace varios siglos, a quienes se excluía a través de mecanismos jurídicos y
de otra índole en un sistema binario, donde se establecía el fraccionamiento
entre quienes eran leprosos y los que no.
Entretanto, los reglamentos de la peste que se dieron
entre los siglos XVI y XVII se trataba de "cuadricular literalmente las regiones, las ciudades dentro de las
cuales hay apestados, con normas que indican a la gente cuándo pueden salir,
cómo, a qué horas, qué deben hacer en sus casas, qué tipo de alimentos deben
comer, les prohíben tal o cual clase de contacto, los obligan a presentarse
ante inspectores, a dejar a éstos entrar en sus casas".
Otro mecanismo es el caso de la viruela o, desde el siglo
XVIII, las prácticas de inoculación, en las cuales "el problema fundamental va a ser saber cuántas personas son víctimas de
la viruela, a qué edad, con qué efectos, qué mortalidad, qué lesiones o
secuelas, qué riesgos se corren al inocularse, cuál es la probabilidad de que
un individuo muera o se contagie la enfermedad a pesar de la inoculación,
cuáles son los efectos estadísticos sobre la población en general; en síntesis,
todo un problema que ya no es el de la exclusión, como en el caso de la lepra,
que ya no es el de la cuarentena, como en la peste, sino que será en cambio el
problema de las epidemias y las campañas médicas por cuyo conducto se intenta
erradicar los fenómenos, sea epidémicos, sea endémicos"[29].
El de la cuarentena es el tipo dominante de poder
disciplinario, utilizado para evitar el contagio masivo del Covid-19 y sus
consecuencias, en especial el colapso del sistema sanitario.
Claro que las prácticas de exclusión, cuarentena y los
controles epidémicos y las campañas médicas se entremezclan en la actual
pandemia por coronavirus, reiterando que domina el dispositivo de la cuarentena
en estos tiempos en los que están confinados millones de personas en todo el
orbe.
Por supuesto que la cuarentena no se vive igual en todo
los países que la han declarado. Hay Estados que la han ordenado en todo el
territorio, otros la decretaron en algunas ciudades, y varios con mayor rigor
disponen de sanciones que en general pueden ir desde multas hasta penas de
cárcel o la autorización a las fuerzas de seguridad para disparar al que éstas
consideren que están desconociendo el aislamiento.
En cuanto a las órdenes impartidas respecto del
aislamiento se han reglamentado los horarios en que pueden salir las personas,
permitiendo en algunas ciudades la salida según el número final de su
documento, en otras se permite que un día salgan las mujeres y el siguiente los
hombres; el tiempo en que pueden sacar a las mascotas; se insta a la población
a mantener la distancia social y las rutinas de higiene como lavarse las manos
constantemente y usar tapabocas y guantes en las calles y en los sistemas de
transporte, entre muchas prácticas disciplinarias que recuerdan a las descritas
por Foucault. También, se procede, como en la lepra, a aislar a los contagiados
con Covid-19 a veces bajo estrictas medidas so pena de que el que llegare a
quebrantar los mandatos sea sometido a penas de multa o de prisión. Así mismo
se destacan las campañas médicas y el reporte estadístico del avance de la
enfermedad, siempre cubiertas por los medios de comunicación. En este sentido
se informa en forma reiterada de la cantidad de muertos, de infectados, las zonas
en que han ocurrido los contagios, las edades de los afectados, las
enfermedades que poseen las personas más vulnerables (enfermedades
preexistentes), los medicamentos y tratamientos que pudieran resultar
efectivos, al tiempo que se reporta la guerra
de los países, las empresas y los laboratorios que buscan, a toda prisa, la
vacuna que, dependiendo el país que lo llegare a lograr, lo pondrá de seguro en una posición privilegiada frente a los demás.
Todavía no se conoce qué consecuencias podrían tener esas
prácticas disciplinarias sobre la población. A lo que se suma que las empresas
de alta tecnología como Facebook o Google, por mencionar algunas, están
recopilando a toda hora información para mejorar sus algoritmos con el fin de
predecir, casi al nivel de certeza, el comportamiento de los ciudadanos para
luego, en el futuro, direccionar el comportamiento de los consumidores y por el
que las empresas están dispuestas a pagar miles de millones de dólares. Tal vez
el confinamiento gran parte de la humanidad que interactúa por redes sociales y
utiliza masivamente los navegadores de internet aporte la información esperada
por dichas empresas para completar sus algoritmos y ejercer el dominio
imperceptible sobre millones de ciudadanos.
Esos riesgos se hacen más patentes ante la existencia de
políticos con limitado liderazgo y con una visión demasiado estrecha de la
realidad. El más destacado de esos políticos es de lejos Donald Trump, el
presidente de los Estados Unidos, quien sin descanso ha defendido el crecimiento de la economía del país a costa de su relación con los socios europeos y en especial con los chinos.
Trump ha acusado a China de prácticas de comercio desleales procediendo, en
consecuencia, a imponer aranceles a productos provenientes del gigante
asiático, lo que fuera respondido por China de igual modo. En un momento dado
esas prácticas le dieron réditos políticos a Trump.
No obstante, con la aparición del coronavirus Trump
pretendió mantener los problemas controlados, al menos eso creía él. A pocos
días de haberse presentado el primer caso en Estados Unidos, Trump dijo que
"Es solo una persona que vino de
China y lo tenemos bajo control. Todo va a estar bien"[30]. Luego, el 9 de marzo de
2020 el presidente comparó en Twitter el coronavirus a la gripe común: “El año pasado murieron 37 mil
estadounidenses por la gripe común. Tiene un promedio de entre 27 mil y 70 mil
por año. Nada se cierra, la vida y la economía continúan. Hasta ahora hay
546 casos confirmados de coronavirus, con 22 muertes. ¡Piensen en eso!”[31].
Así mismo, el presidente estadounidense no desaprovechaba
cualquier oportunidad para anunciar el restablecimiento de la situación ocasionada
por el coronavirus, porque a su juicio "Nuestro país no está hecho para permanecer cerrado", una frase
que resume la petulancia y el carácter providencial que tiene en su mente.
Acaso esas ideas sean compartidas por muchos estadounidenses.
El caso es que Trump ha llegado al calificar al Covid-19
como el "virus chino", con
lo cual estigmatiza a dicho país por el hecho de que allí se descubriera el
virus. Es más, Trump ha acusado al país asiático de ocultar información de las
verdaderas cifras del virus, lo que podría ser cierto, pero eso no le resta que
el mandatario estadounidense haya tratado sistemáticamente de oponerse a las
diferentes medidas de las autoridades estatales de tomar medidas como la
cuarentena o el distanciamiento social. Hasta los últimos días de marzo de 2020
el presidente se negaba a decretar cuarentena en el país, hecho que ocasionó
que desde la editorial de The New York Times se expresara que "Lo peor de la pandemia está por
venir. Hay que escuchar a los expertos médicos. Es hora de un cierre
nacional"[32].
A lo que se suma que Estados Unidos se demoró varias
semanas para empezar a realizar pruebas masivas para detectar el Covid-19. De
hecho, se acusa a la FDA de haber sido muy lenta en autorizar dichas pruebas.
Así mismo, se presentaron problemas con los kits para la detección del virus:
"El resultado fue que cuando
comenzaron a enviar los kits de las pruebas a los estados se
encontró que no funcionaban bien, estaban defectuosos y tuvieron que cambiarlos.
Fue un proceso que demoró y por tanto, gran parte de los estados no pudo
comenzar a hacer estas pruebas hasta hace muy poco"[33], según lo manifestado el
12 de marzo de 2020 desde la BBC.
Por lo que se colige que los problemas de Estados Unidos
con el coronavirus se pudieron originar en que en un comienzo no hubo voluntad
política para enfrentar el virus y a que las autoridades sanitarias federales
erraron en la forma de crear las estrategias suficientes para evitar el
contagio masivo de la población que, a la fecha, deja al país norteamericano
como el más perjudicado por el Covid-19 entre las grandes potencias.
Lo anterior, deja en evidencia que el daño que está
causando la pandemia en Estados Unidos no es producto de que los chinos hayan
mentido sobre la gravedad del virus, sino que las autoridades políticas y
sanitarias no se tomaron en serio la enfermedad desde el comienzo, lo que
provocó que por primera vez en la historia de ese país se declarara, en todos
los estados, zona de desastre.
De igual modo, otro político que ha sido censurado
gravemente por la forma de actuar es Jair Bolsonaro, presidente de Brasil,
quien ha dicho que el coronavirus actual "Es apenas una pequeña gripe" o una "gripecita" y se ha opuesto a las medidas de confinamiento que
han decretado las autoridades locales, manifestando que "Brasil no puede parar". La actitud
tozuda del presidente ha llegado al colmo de que "En los últimos días, el mandatario ha presionado a los
gobernadores para que reabran las escuelas y los comercios, y el ministerio de
Economía llegó a ordenar suspender el pago a trabajadores estatales de
beneficios como el pago de transporte y otros adicionales"[34],
según lo publicado el 27 de marzo
de 2020 por Infobae. Mientras tanto, el número de casos en Brasil aumenta
de forma vertisinosa, al igual que el de los fallecidos.
De la misma manera actúa el presidente de México Andrés
Manuel López Obrador, quien ha desatendido las recomendaciones de los expertos
sanitarios como el distanciamiento social y el lavado de manos, y expresó en
una rueda de prensa que la mejor estrategia para detener el coronavirus es
llevar amuletos y estampillas religiosas.
De igual modo, debe mencionarse al primer ministro
británico Boris Johnson, quien pretendía "gestionar el contagio" del 60% de la población, para lograr la
"inmunidad del rebaño". Solo recomendaba a la población
"lávense las manos el tiempo que
dura cantar dos veces el Cumpleaños Feliz". Frente a la "estrategia" de la inmunidad del
rebaño, la comunidad científica expresó su desacuerdo porque, adujo, serían
muchas las personas que estarían en peligro de muerte de seguir con esa actitud. Pero
lo determinante en el cambio de táctica fue el informe del Imperial College de Londres,
suscrito por los profesores Nial Ferguson y Azra Ghani, al advertir que de
continuar con las medidas de aislamiento de 7 días para quienes
padecían síntomas de coronavirus, 14 para su núcleo familiar y recomendación de
aislamiento social, en el Reino morirían cerca de 260 mil personas. Ése
fue el punto de quiebre[35].
Es probable que para ese momento Johnson ya se había
infectado por el Covid-19, por lo que unos días después tuvo que ser internado
en la unidad de cuidados intensivos por varios días, al final de los cuales
logró vencer la enfermedad. La lección que indudablemente dejó ese hecho es que
toda persona es vulnerable ante una pandemia y que las determinaciones de las
autoridades pueden ser determinantes para que las personas conserven su vida y
su salud, sin importar de quién se trate.
Los referidos mandatarios, así como otros que no fueron
citados, tuvieron la firme convicción de que la economía debía primar sobre la
salud de las personas. Aunque esto no debería considerarse un dilema entre
economía versus salud en medio de una
pandemia, lo cierto es que la vida de las personas debe ser protegida por los
sistemas sanitarios que deberían ser en todos los países la expresión del
derecho fundamental y universal a la salud. Además, no todas las actividades
económicas se deberían suspender, porque, entre otras, las relacionadas con la
alimentación, servicios hospitalarios, medicamentos, servicios públicos,
seguridad, transporte, banca, algunas industriales y estatales, continuaron sin
interrupción.
El discurso médico, en estos instantes, ha cobrado un
inusitado protagonismo que no podrá ser soslayado por las autoridades
políticas. No prestar atención a sus recomendaciones podría poner en peligro
miles de vidas, como en efecto ha ocurrido. La falsa disyuntiva entre economía versus salud no debería si quiera
plantearse. De lo que se trate es de establecer un equilibrio entre las dos,
respetando en todo caso la salud pero pudiendo ejecutar actividades comerciales
e industriales progresivamente, tal como en efecto se realiza en la
actualidad, aprovechando el uso de herramientas tecnológicas. La enseñanza es
que hay países que hasta la fecha han logrado contener la enfermedad como
Taiwán, Corea del Sur, Japón, entre otros, sin entrar a decidir entre la
economía o la salud; solo tomaron las medidas sanitarias requeridas en
el momento justo.
Podría pensarse que con ocasión de esta pandemia se va a
acelerar de manera dramática la implementación de tecnologías que permitan la
automatización casi completa de la industria y, en algunos casos, en la
prestación de servicios como la intensificación del teletrabajo, teleducación,
telemedicina, teleconferencias, entre otras.
A modo de
conclusión
La enfermedad, como lo
afirmara Hans Castorp, el
protagonista de la Montaña Mágica de Thomas Mann, "tiene algo de noble", "hace al hombre distinguido, inteligente y especial", lo cual
significa que la enfermedad nos hace vulnerables, puesto que nos puede
enfrentar a la muerte, ese estado del que unos huyen y otros viven mirándola a los ojos. La enfermedad nos
hace pensar en nosotros y en los demás; que nos interesemos por
ese otro, el cual puede ser
cualquiera. La inteligencia a la que nos lleva la enfermedad es a evadir el
egoísmo, a reconocer la realidad y el dolor, a entrar en el terreno del
altruismo y la humildad al sabernos frágiles, al pensar que podemos
convertirnos en un azar de la vida, en un ser concreto que padece y sufre, al
cual podemos brindarle nuestra consideración y solidaridad. La enfermedad tiene
algo de noble además porque nos enseña a hacer una pausa en nuestra vida, a
realizar una autocrítica, a valorar lo que tenemos y lo que podemos perder. Por
eso, la enfermedad al ser algo noble, supone que ella no es algo malo, aunque
tampoco algo bueno, sino un punto de inflexión, de reflexión, una constante
preocupación por nosotros, por nuestros semejantes, por los que están cerca y
también por los que están lejos; los de nuestro país y los de los otros. La
enfermedad es algo que podemos compartir, y al ser compartida, nos hace
fraternos.
En este sentido, la crisis del coronavirus Covid-19 nos
puede hacer más inteligentes y nobles, porque al enfrentarnos ante la muerte,
la nuestra y la de miles de personas en todo el mundo, nos hace vulnerables. La
inteligencia nos permite llegar a la reflexión. En este punto es donde podemos
razonar acerca de lo que nos rodea, de la situación de los demás, de la manera
en que consumimos, del modo en que derrochamos y malgastamos, y en que nos
relacionamos con la naturaleza.
El mundo que habitamos actualmente, producto de la
globalización, la cual nos hizo parte de una aldea global, cobra más sentido cuando al parecer un murciélago y
en cadena un pangolín en un lugar apartado, en China, puso a temblar al mundo,
henchido de logros materiales y con la tecnología nunca antes inventada, capaz
de destruir el mundo con solo oprimir un botón. El aleteo de un murciélago provocó
el encierro de la mayor parte de los habitantes de la tierra; a nosotros, que
pensábamos que las pestes y las plagas eran dificultades de tiempos pasados,
porque lo nuestro era compartir la aldea
global a través de las tecnologías; creíamos que la razón y la técnica
habían domesticado definitivamente la naturaleza y los peligros que ella
conlleva. Antes temíamos a las grandes fieras que se han ido extinguiendo poco
a poco con la deforestación de los bosques (el "dominio" de la naturaleza), pero quedaron los seres
microscópicos, casi invisibles, que pueden hacer más daño que mil leones
indómitos.
La crisis de la pandemia por coronavirus fue posible por las diversas actividades
humanas como la pérdida del hábitat de los animales, incluido la del murciélago,
supuesto causante del virus que originó el Covid-19, coronavirus
que se dispersó por todo el mundo en cuestión de un par de meses, dado el actual avance de los medios de transporte y la enorme circulación de personas, facilitada por la
industria del turismo y el comercio globales.
Por lo demás, las
condiciones políticas para que el virus pudiera propagarse no podían ser las
más propicias. Las políticas de varios dirigentes de países como Estados
Unidos, Brasil, México y Gran Bretaña, entre otros, no promovieron medidas de
contención y luego de mitigación del Covid-19 porque su pensamiento binario
entre economía versus salud no les
permitió salirse de la prisión que ese límite les imponía, pues entre economía
y salud caben cientos de posibilidades que pudieran resultar eficaces para
combatir el virus, como se demostró en varios países.
A eso de suma que
la comunidad política denominada Unión Europea no tomara decisiones para que
sus miembros, en especial España, Francia, Italia y Alemania implementaran
medidas uniformes y urgentes para luchar contra la enfermedad originada en
China, lo que podría haber minimizado las consecuencias que actualmente está
causando el coronavirus y evitar incluso que por ejemplo el material médico que
adquiere uno de estos países lo haga en perjuicio de los otros, como está
ocurriendo.
La respuesta a la
pandemia se hizo más difícil cuando la producción industrial se encuentra
focalizada en China, "la fábrica del
mundo". Los demás países tienen industrias pero sin la suficiente
robustez de aquella, además que casi todas estas industrias requieren de una
cadena de suministros que en el actual momento están interrumpidas por el
aislamiento al que está sometida una parte de la población mundial.
Uno de los
problemas centrales en estos tiempos de cuarentena es la existencia de una gran cantidad
de personas pobres en el mundo que no cuentan con los bienes de subsistencia
mínimos, a más de que no todos tienen la posibilidad de que les presten
efectivamente el servicio de sanidad, un derecho que debería ser fundamental y
universal, situaciones que se presentan incluso en los países más desarrollados, lo que podría resultar peor que la propia pandemia.
En efecto, la
pobreza que afecta al mundo, además de la inequidad, son un factor para que en
muchas ocasiones las personas que están confinadas en sus hogares cumpliendo la
cuarentena deban salir a la calle a trabajar y buscar alimento para su familia,
con lo cual resulta difícil controlar la pandemia en algunos países, a pesar de
la buena voluntad de las autoridades públicas. Mientras que otros, unos pocos
privilegiados, corren a esconderse del coronavirus a lugares de recreo,
suntuosos, verdaderas fortalezas.
Aunque las
consecuencias por la pandemia del coronavirus Covid-19 están por verse, empero
desde ya se pueden advertir varias. Una de ellas es el papel fundamental
desempeñado por el Estado, contrario a lo que muchos decían hace varios años,
pues esta institución es uno de los principales actores a la hora de responder
al control del virus, con el manejo de la dirección del sistema sanitario tanto
público como privado, además que es la institución que ostenta el poder
disciplinario y de vigilancia sobre los ciudadanos para el manejo de la
cuarentena, utilizando si es preciso las fuerzas de seguridad para hacer
cumplir las reglas dictadas.
Lo que no se sabe
es hasta dónde va a llevar el Estado esos poderes disciplinarios. Ya se habla
de Hungría como la primera democracia europea que sucumbió al coronavirus[36].
Pero parece que no es la única, pues, como ya se dijo, los países que
decretaron el confinamiento de la población en sus casas, movilizaron las
fuerzas armadas y de policía para vigilar las calles, al tiempo que en algunos
países revisan los teléfonos celulares de sus ciudadanos contagiados para
averiguar con qué personas tuvieron contacto, qué sitios visitaron, también se examinan
las cámaras de seguridad que hoy abundan por todos lados, entre otros aspectos
que antes eran impensables porque pertenecen a la intimidad de las personas.
Los
tiempos no parecen nada halagüeños; en varios países se pasó, gracias al
coronavirus, de grandes marchas y protestas a calles vacías vigiladas por las
fuerzas de seguridad. Precisamente "En
pocas semanas se ha pasado de manifestaciones masivas en diversas partes del
mundo (Hong-Kong, Iraq, Chile, Ecuador, Colombia y Líbano, entre otras) a calles
vacías vigiladas por policías, guardias nacionales y ejércitos", lo que enciende las alarmas debido a que la
"presencia militar resulta lógica
si, como afirman casi todos los gobernantes, esta crisis es "una
guerra", como si se tratase de enfrentar a un Estado o un grupo insurgente",
oportunidad que puede dar lugar a preocupantes acciones de los políticos con
tendencias autoritarias. En este sentido "El coronavirus parece hecho a medida para los gobiernos y políticos
autoritarios que han proliferado en los últimos años. Mientras varios de ellos
no creyeron inicialmente en su gravedad, ahora les podría servir para
recortar libertades democráticas, dar renovados papeles a los militares, cerrar
las fronteras a la migración y exaltar el nacionalismo frente a
la cooperación entre países."[37]
Es que el
lenguaje utilizado estos días por todos lados, desafortunadamente es el de
"guerra", "lucha" y "combate" contra el coronavirus, acompañado de acciones como el
protagonismo de las fuerzas de seguridad y la reconvención de la industria a
órdenes del aparato estatal como si literalmente estuviésemos en guerra, a lo
que se agrega el cierre de fronteras y la exaltación de nacionalismos.
Ya algunos se
preguntan, "¿Serán China y su modelo
autoritario los grandes ganadores y la democracia la gran derrotada como
auguran algunos? O por el contrario ¿los sistemas democráticos saldrán
fortalecidos por su capacidad de generar unión y consensos?"[38]
Un hecho que
puede sobrevenir es que probablemente los Estados Unidos ya no sean la potencia
de antes por la forma errática como enfrentaron la pandemia, lo que pudo generar
que las víctimas mortales del coronavirus hubiesen aumentado dramáticamente en
ese país sólo por la falta de atención que en realidad merecía la emergencia.
Así mismo, se advierte la inquietante fragmentación entre el presidente de la
república y los gobernadores.
De igual manera, las
repercusiones por la crisis por coronavirus se pueden sentir con mayor
conmoción en la Unión Europea, que ha sido incapaz de generar una respuesta
coordinada entre sus miembros tanto para atender la pandemia como para buscar
soluciones al impacto económico causado; cada socio ha actuado persiguiendo sus
intereses nacionales. Tendrá que pensarse profundamente el tema de las
fronteras, un asunto que se pudo evidenciar de modo patente, pues a pesar de
ser una Unión siguen visibles sus fronteras, lamentablemente no solo las geográficas.
Pero no todo
tiende a ser negativo, debido a que ya se está hablando en el mundo de
disminuir la desigualdad, tema que podría estar en la palestra pública por los
siguientes años en razón a que por la cuarentena ordenada a la población se ha
paralizado gran parte de la actividad económica, perjudicando el ingreso de los
hogares al tiempo que el de los Estados, además que éstos han tenido que
aumentar el gasto a niveles nunca antes vistos, como el caso de los Estados
Unidos, España, Italia, Reino Unido.
Además, se ha
empezado a discutir la necesidad de que a los países con menos recursos
económicos se les condone gran parte de la deuda pública externa, porque la
crisis del coronavirus los ha dejado prácticamente sin recursos para afrontar otros
gastos, como el social y poner en práctica políticas para aumentar el empleo. A
la par que se habla de las grandes desigualdades que existen entre los
ciudadanos, donde unos son cada vez más ricos, una minoría, y el resto es cada
vez más pobre.
Por su parte, los
Estados también tienen grandes retos como reorganizar sus sistemas sanitarios
que se vieron colapsados por la crisis que generó el Covid-19, afectando
incluso a las grandes potencias. Un aspecto importante que quizá se planteará
por ejemplo en los Estados Unidos es el de la cobertura universal en salud que
deberían tener todas las personas, asimismo la necesidad de unificar los
criterios médicos en todos los niveles, y aumentar la sinergia entre las
autoridades políticas y los organismos de sanidad.
No se sabe cuáles van a ser las consecuencias generales
que provoque la actual crisis, donde la actividad económica funciona en su
mínima expresión, las fuerzas de seguridad están en la calle y las personas
vulnerables pueden ir multiplicándose, pudiendo generar a largo plazo cambios
inesperados o, por qué no, pudieran estar gestándose las grandes
transformaciones del siglo XXI, generándose cambios prácticamente en tiempo
real en distintos puntos de la tierra gracias a las actuales tecnologías y a
los intercambios entre personas que antes eran impensables. Además que las
actuales sociedades están estructuradas políticamente en Estados, pero éstos no
obstante van perdiendo cada vez más poder en algunos aspectos. Eso sí, con la
actual crisis de la pandemia los Estados han recobrado su importancia de tiempos
anteriores, pero no se sabe si va a ser su fortaleza o el comienzo de su fin.
El tiempo lo dirá.
Así mismo,
probablemente muchos países querrán recuperar parte de la producción nacional,
al menos la estratégica, teniendo en cuenta que las cadenas de producción
internacional pueden fallar, entonces se podrán tomar medidas para solventar
estos inconvenientes. Agregando que una secuela de la actual situación es que
se acelerará la automatización prácticamente en todos los sectores de la
industria, lo cual puede tener impactos directos en el empleo y la vida de las
personas, así como en las políticas del mejoramiento o no de las condiciones
materiales de la vida de los seres humanos.
Son muchos pues
los retos que nos esperan después de que se supere esta situación. Lo cierto es
que lo vivido estos días será difícil de olvidar y generará transformaciones en
muchos aspectos de la vida que van desde la producción hasta el consumo, pues
todas nuestras prácticas están conectadas: esa será la principal reflexión a la
que podemos llegar. Cualquier acción que emprendamos tendrá efectos no solo en
los demás, sino también en el medio ambiente, sin importar la distancia, como
ha quedado demostrado con el Convid-19. Del análisis que realicemos podemos proceder
mejor o peor a como hemos enfrentado nuestras dificultades, las cuales, o se
pueden agravar o puede ser la oportunidad para buscar y hallar soluciones
profundas, novedosas y de largo alcance. El tiempo dirá si esta pausa habrá
servido para cambiar nuestros hábitos y nuestros cursos de acción. El problema,
en fin, no son las crisis sino cómo las afrontamos y las superamos.
[29]
Foulcault, Michel, Seguridad, Territorio,
Población, Fondo de Cultura Económica, Argentina, 2006, páginas 25 a 26.